jueves, 4 de abril de 2013

Europa tiembla: Francia pasa de 'amour' a auténtico 'horreur'

Cuando hace un año Nicolas Sarkozy nos metió en el mismo saco que a los griegos, y advirtió de que su país pagaría con las penas del infierno económico y financiero el abandonarse en manos de los socialistas, no sólo fuimos de los primeros en poner de manifiesto la precaria situación de esa Francia que aún era incluida, falazmente, en el grupo de las locomotoras europeas, sino también en denunciar como, al igual que había ocurrido en España con la segunda legislatura del desaparecido José Luis Rodríguez Zapatero, los cinco años de mandato del pequeño Napoleón habían sido la última oportunidad para reconducir una situación que, en palabras del profesor Sala-i-Martín, ya entonces era peor que la española y tenía casi imposible arreglo (V.A., "Sarkozy echa a España la basura que anega Francia", 10-04-2012).

Pues bien, eso que en aquel momento sonaba a boutade chovinista revestida de traje de luces -derecho al pataleo del justa o injustamente agraviado- ha ido aflorando en los primeros meses de gobierno de un François Hollande, cuya popularidad se encuentra al nivel del peor momento de su predecesor conservador: el 31% de aceptación. De poco le ha servido su populismo ante posibles cierres empresariales, caso de Peugeot, o el empecinamiento en implantar tributos confiscatorios (75%) a esas rentas altas que no dudan en salir por la frontera, y el último que apague la luz... si le llega. La realidad se ha terminado imponiendo y empieza a resultar evidente para la ciudadanía francesa que se encuentra en medio de una pesadilla pública y privada que puede acabar, más antes que después, con sus sueños y, de paso, con los del conjunto de los europeos.

Y es que, si Grecia fue el canario en la mina que alertó del desgobierno comunitario, ese que continúa exactamente tres años más tarde, como ha puesto de manifiesto el vergonzoso sainete chipriota, si España e Italia pueden causar severos desprendimientos en la explotación europea que requieran de trabajos de apuntalamiento del proyecto a fin de evitar que se desmorone, Francia es el grisú que, en caso de explotar, propiciaría su definitiva desaparición con inciertas consecuencias a nivel mundial. De ahí que, por más que el foco se mantenga en el déficit español, en la incertidumbre política italiana o, incluso,como señalaba ayer Der Spiegel, en las dificultades holandesas, monitorizar lo que ocurre en nuestro vecino del norte es imprescindible. Es en ese territorio que representa el 21% del PIB regional donde de verdad se juega el futuro de la Unión.

Los datos son terribles. Más aún en la medida en que la acción de los socialistas llega tarde y pasa por mantener la elefantiasis administrativa y de Estado de bienestar a costa de sangrar el bolsillo ciudadano (el 57% de la actividad económica gala pasa por el Gobierno).

En efecto, por una parte, cuando toda Europa está levantando el pie del acelerador de la austeridad, los franceses están padeciendo justo lo contrario. Vean, si no, este gráfico.


Además, las medidas auguran una más que previsible recesión económica en 2013 (crecimiento negativo durante, al menos, dos trimestres consecutivos). Por si hubiera alguna duda, el consumo, partida que supone más del 50% de su PIB, se encuentra en mínimos de dos años y medio y las ventas minoristas están padeciendo su mayor descalabro desde que comenzó la crisis allá por 2007 (ver cuadro adjunto, gentileza, como todos, de SoberLook). La presión que esto mete en los márgenes empresariales se está traduciendo en insolvencias y despidos masivos hasta situar el paro en máximos de 15 años, por encima de los tres millones de desempleados, para completar de este modo el círculo vicioso.



Un panorama preocupante, por decirlo de un modo amable, al que se añade un grave problema adicional: el de su falta de competitividad. En efecto, mientras que naciones como España se aferran a las exportaciones para salvar los muebles, la rigidez laboral de Francia -en términos de negociación colectiva y despidos- impide la necesaria devaluación de precios y salarios de la que 'disfrutan' sus competidores más cercanos. Algo tanto más perentorio cuanto el gap de costes laborales unitarios con Alemania se disparó un 20% entre 2000 y 2012 y los pagos a la Seguridad Social suponen un 17% del sueldo en territorio Merkel vs. un 38% en el de Hollande (The Economist, "France´s economy: the performance gap", 22-09-2012). Desde ese punto de vista, no debiera sorprender que los pedidos domésticos e internacionales a las fábricas locales estén en su nivel más bajo de los últimos cuatro años.

Francia requiere una revolución de arriba abajo que se antoja imposible con un socialista al frente. Va contra su ADN el limitar el peso de lo público e incentivar lo privado, limitando derechos supuestamente adquiridos y recortando garantías insostenibles a los ciudadanos. Y, sin embargo, al primer mandatario francés no le va a quedar otra. Desgraciadamente para sus posibilidades electorales. Y, cuando ocurra, mucho cuidado con la cohesión social en un miembro de la Eurozona que ha demostrado que, en los suburbios de muchas de sus ciudades, lo multirracial aún queda lejos de ser uninacional. Al menos el dirigente ya sabe de primera mano, por experiencia de otros estados como España, que procrastinar -o, como diría mi querido Daniel Lacalle, el extend and pretend- es efímero pan para hoy y dolorosa hambre para mañana. Más le vale aplicarse el cuento cuanto antes, si quiere evitar que la caída sea más dura todavía. Por el bien de todos.

S. McCoy

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