domingo, 19 de enero de 2014

El Legado Templario I

Para la mayoría de los historiadores, con los violentos acontecimientos de comienzos del siglo XIV cayó para los templarios el telón del último acto. Consecuentes con ello, no se molestan en buscar indicios de una posible continuación de su existencia.

En cambio la tradición ocultista siempre ha hablado de unos descendientes espirituales de aquellos caballeros templarios y dice que siguen viviendo entre nosotros, e incluso hay asociaciones actuales que se pretenden sus herederas. Es más, como ha demostrado de manera persuasiva la abundancia de estudios recientes, no sólo sobrevivió la Orden sino que ejerció una influencia enorme sobre la cultura occidental.


Son profundas y de largo alcance las consecuencias de ello. Porque si se dedicaron a recoger conocimientos esotéricos y alquímicos, tal como nosotros y otros investigadores creemos, cualquier caso de supervivencia de los templarios apuntaría a algún tipo de continuidad de importantes secretos a través de una tradición oculta que quizá seguiría existiendo hoy día.


Estos secretos, entre los cuales figurarían quizá los conocimientos científicos de los antiguos alquimistas y las prácticas mágicas de las tradiciones esotéricas orientales, tal vez están supérstites todavía, incluso en nuestra misma sociedad. En tal caso, y en tanto que ejemplos caracterizados de un antiguo sistema de creencias y prácticas heréticas, quizá los templarios de hoy arrojarían alguna luz sobre nuestra investigación. Ante todo debíamos persuadirnos de que los templarios no se extinguieron.

El sentido común nos dice que es muy implausible que unas gentes tan bien organizadas se entregasen como corderos destinados al sacrificio. En primer lugar no todos los caballeros de Europa cayeron en la encerrona de aquel trascendental viernes trece. Ese tipo de cataclismo para la Orden sólo ocurrió en Francia, y aun allí algunos lograron escapar. En otros países hubo criterios discrepantes en cuanto a la persecución y supresión. Eduardo II de Inglaterra, por ejemplo, se negó a creer que los templarios fuesen culpables de lo que se les acusaba, e incluso se embarcó en un acalorado debate con el papa. Además se negó de plano a utilizar la tortura contra los caballeros.

En Alemania se produjo una escena estupendamente cómica cuando Hugo de Gumbach, el Maestre de los templarios alemanes, hizo una espectacular entrada en el sínodo convocado por el arzobispo de Metz, armado hasta los dientes y acompañado de una veintena de aguerridos caballeros cuidadosamente elegidos. Una vez allí proclamó que el papa era un corrupto y que convenía fuese depuesto; que la Orden era inocente... afirmación que estaba dispuesto a defender en juicio de Dios mediante combate singular contra los allí reunidos, uno a uno o todos a la vez. Tras un instante de estupor se disolvió la asamblea allí mismo y dejaron la prueba de la inocencia de los templarios para otro día. 

En Aragón y Castilla los obispos procesaron a los templarios y dictaminaron su inocencia. Sin embargo, por muy tolerantes o muy liberales que los jueces quisieran mostrarse para con los caballeros, la bula del papa disolviendo formalmente la orden en 1312 no se podía ignorar. Pero incluso en Francia los ejecutados fueron relativamente pocos; muchos recobraron la libertad después de retractarse, y en otros países se reconstituyeron bajo un nombre distinto, o ingresaron en otras órdenes ya existentes, como la Teutónica de los caballeros alemanes.

Desde el punto de vista histórico nada indica que los templarios desapareciesen efectivamente. Lo natural sería que hubiesen pasado a la clandestinidad para reagruparse y reconstituirse, o mejor dicho, el procedimiento utilizado para su disolución garantizaba en la práctica esa consecuencia.


Recordemos que los caballeros «de número» eran muy distintos del círculo interior, los de la minoría dirigente y además depositaria de conocimientos secretos. Es bastante posible que los caballeros de uno y otro nivel estableciesen sus propias organizaciones clandestinas, lo cual equivaldría a crear dos organizaciones distintas cada una de las cuales pretendería ser la legítima heredera del Temple.

Cuando se disolvió la orden, gran parte de sus tierras pasaron a manos de sus rivales, los hospitalarios. Por el contrario, en Escocia e Inglaterra no hubo mucha transferencia de propiedades; todavía en 1650, algunas fincas de Londres que habían sido del Temple estaban en poder de familias descendientes de templarios según consta documentalmente.1 Lo que aquí nos interesa, sin embargo, no es la continuidad en el régimen de posesión de terrenos y edificios, sino la del conocimiento esotérico templario.

Aunque no hay pruebas concluyentes de que los templarios fuesen los inspiradores de la red clandestina de los alquimistas, sabemos que el «círculo interior» prestaba atención a la alquimia, y lo indica por ejemplo la cercanía entre los centros de aquéllos, como Alet-les-Bains, y las encomiendas templarias. Hemos visto también que los alquimistas, lo mismo que los templarios, veneraban a Juan el Bautista.

Recientemente algunos estudiosos han presentado pruebas convincentes de que la francmasonería tuvo sus orígenes en la herencia templaria: es la tesis de Michael Baigent y Richard Leigh en The Temple and the Lodge y asimismo la del historiador e investigador norteamericano John J. Robinson en Born in Blood, quienes coinciden en esa conclusión tras plantearse el tema desde puntos de vista totalmente diferentes.

Aquéllos habían reseguido la continuidad de los templarios partiendo de Escocia, mientras que el segundo se dedicó a buscar los orígenes de los ritos masónicos actuales, y también él se halló conducido por esa pista hasta los templarios. Resulta así que los dos libros se complementan mutuamente y proporcionan un cuadro bastante completo de los vínculos entre esas dos grandes organizaciones ocultas. 

El punto principal de discrepancia entre Baigent-Leigh y Robinson es que los primeros consideran que la francmasonería tuvo su origen en unos templarios aislados, acogidos al refugio de Escocia, y que pasaron a Inglaterra en 1603 cuando subió al trono el rey escocés Jaime VI, con el consiguiente aumento de influencia de la aristocracia escocesa. En cambio Robinson cree que fue en Inglaterra donde se convirtieron en francmasones los templarios. Aduce este autor con bastante fundamento que los templarios fomentaron la insurrección campesina de 1381 que se dedicó a atacar concretamente las propiedades de la Iglesia y las de los caballeros hospitalarios —las dos organizaciones principales enemigas de aquéllos—, mientras que tuvieron buen cuidado de no dañar los edificios que habían sido de los templarios antiguamente. 

Muchas personas ajenas a estos asuntos creen que la francmasonería es una especie de cofradía de viejos camaradas un poco chiflados, y de paso sirve como camarilla de introducidos que reparte lucrativos negocios e influencias entre sus miembros. En cuanto al rito, se contempla como la parte extravagante de la cuestión, consistente en arremangarse la pernera y proferir juramentos arcaicos desprovistos de sentido. Es posible que la situación haya cambiado, pero en sus primeros tiempos la francmasonería era una escuela mistérica con iniciaciones solemnes basadas en las tradiciones ocultas de la antigüedad, y expresamente encaminadas a obtener la iluminación trascendental además de la función evidente de asegurar la cohesión entre los hermanos.

En efecto fue una organización oculta en su origen, con dedicación explícita a la transmisión de un conocimiento sagrado. Buena parte de lo que hoy llamaríamos ciencia salió en realidad de esa cofradía, como lo evidencia la constitución de la Royal Society inglesa en 1662, que se ocupaba y sigue ocupándose de reunir y dar a conocer el conocimiento científico. Fue el establecimiento oficial de lo que había sido en principio el «Colegio Invisible» de los masones, creado en 1645.2 (Y tal como sucedía en tiempos de Leonardo, se consideraba que el conocimiento oculto y el científico, lejos de ser antitéticos, eran una y la misma cosa.)

Aunque muchos francmasones modernos sin duda se someten a sus iniciaciones respetando lo solemne y con un sentido de espiritualidad, el panorama de conjunto sí podría decirse que es el de una organización que ha olvidado su sentido originario. Es así que la corriente mayoritaria de la francmasonería actual es la Gran Logia, de fundación relativamente reciente, como que fue constituida el día de san Juan Bautista (24 de junio) de 1717. Con anterioridad había sido una verdadera sociedad secreta, pero la aparición de la Gran Logia marcó la época de su conversión ya realizada en un cenáculo algo pomposo donde se reunían unos amigos, y tomaba un carácter semipúblico porque ya no tenía ningún secreto que guardar.

Así pues, ¿qué antigüedad atribuiremos realmente a la francmasonería? La primera referencia comprobada data de 1641,3 pero si existió la relación con los templarios obviamente debe de ser mucho más antigua. Según los indicios que cita John J. Robinson hubo logias allá por 1380,4 y un tratado de alquimia datado hacia 1450 utiliza explícitaniente la palabra Freemason.5

Si hemos de dar crédito a lo que dicen ellos mismos, los masones proceden de las cofradías medievales de canteros (stonemasons), que habían adoptado ademanes y códigos secretos de mutua identificación porque eran portadores de un conocimiento tal vez peligroso, el de la geometría sacra. Sin embargo, y como han demostrado las extensas y meticulosas investigaciones de John J. Robinson, esos gremios brillaron por su ausencia en la Inglaterra medieval.6

Otro mito de los francmasones es la pretensión de que los canteros habían recibido dichos conocimientos secretos de los constructores del fabuloso Templo de Salomón. Si fue así, ¿podían permitirse no hacer caso de otro grupo mucho más obviamente vinculado a dicho templo? Pues en apariencia, evitaron la vinculación más evidente de todas, la de la orden oficialmente llamada de los Pobres Conmilitones de Cristo y del Templo de Salomón, es decir los templarios.

No obstante, antes de la formación de la Gran Logia los francmasones propagaban en realidad el mismo tipo de información que los templarios sobre geometría sacra, alquimia y hermetismo. Por ejemplo, los primeros masones prestaron mucha atención a la alquimia, y un tratado alquímico de mediados del siglo XV alude a ellos bajo el nombre de «obreros de la alquimia».7 Uno de los primeros iniciados masónicos de que haya constancia fue Elias Ashmole (admitido en 1646), el fundador del Ashmolean Museum de Oxford, que fue alquimista, hermético y rosacruz.8 (Y el primero que escribió acerca de los templarios en términos elogiosos desde la supresión de éstos.)9

Una de las joyas de la corona masónica es el curioso y fascinante edificio llamado la Rosslyn Chapel, a las afueras de Edimburgo. Visto de fuera parece hallarse en estado tan ruinoso que vaya a derrumbarse de un momento a otro, pero el observador queda desengañado al contemplar la robustez del interior... como no podía ser de otra manera, porque la capilla Rosslyn es en la actualidad el foco de los francmasones modernos y de muchas organizaciones templarias.10

Construida entre 1450 y 1480 por el Laird de Rosslyn sir William Saint-Clair, en su origen quiso ser la capilla de la Virgen de un santuario mucho más grande que iba a construirse siguiendo el modelo del Templo de Salomón, pero en realidad se quedó por los siglos tal como estaba. Los Saint-Clair (cuyo apellido cambió más adelante a Sinclair) fueron los protectores, hereditarios de la francmasonería en Escocia desde el siglo XV en adelante;11 no sería por coincidencia que antes hubiesen atendido a la misma misión en favor de los templarios.

En efecto, la orden del Temple estuvo conectada con los Sinclair y con Rosslyn desde sus mismos orígenes: el Gran Maestro y fundador Hugo de Payens tuvo por esposa a una tal Catalina Saint-Clair. Este linaje de los Saint-Clair/ Sinclair, de ascendencia vikinga, es una de las familias más misteriosas y notables de la Historia, y destacaron en Escocia y Francia desde el siglo XI. (Por cierto que el apellido familiar recuerda al mártir escocés Saint-Clair, quien murió decapitado.) 

Hugo y Catalina visitaron las propiedades de los Saint-Clair en Rosslyn y establecieron allí la primera encomienda templaria de Escocia, que fue luego cuartel general.

(Como se ha mencionado, Pierre Plantard ha adoptado el patronímico «de Saint-Clair» buscando deliberadamente relacionarse con la rama francesa de esa antigua familia. Varios comentaristas se han preguntado si tendría derecho a utilizar el apellido; lo seguro es que tiene al menos una buena razón para hacerlo.)12

Indudablemente los templarlos hicieron de Escocia uno de sus principales refugios después de la disolución oficial. Quiza porque dicho país fue en tiempos el reino de Roberto Bruce, excomulgado también, de manera que el brazo del papa no alcanzaba allí. Es bastante plausible que la desaparecida flota templaria recalase en las costas de Escocia, como argumentan Baigent y Leigh.

Uno de los acontecimientos críticos en la Historia de las islas británicas fue sin duda alguna la batalla de Bannockburn, que ocurrió el 24 de junio (día de san Juan Bautista) de 1314 y supuso una derrota definitiva de los ingleses a manos de las fuerzas de Robert Bruce. Sin embargo, los indicios dan a entender que éste contó con una ayuda formidable... a saber, la de un contingente de templarios que salvaron la jornada en el último momento.

Desde luego eso es lo que creen los modernos caballeros templarios de Escocia (que se dicen descendientes de aquellos fugitivos), motivo por el cual celebran en la capilla Rosslyn los aniversarios de la batalla de Bannockburn y dicen que fue la ocasión en que «se alzó el Velo que cubría a los caballeros del Temple». Entre los que combatieron en Bannockburn al lado de Robert Bruce estuvo un sir William Saint-Clair (diferente del mencionado antes), que murió en 1330 y fue enterrado en Rosslyn... en una característica sepultura templaria.13

En cuanto a la capilla Rosslyn, observamos algunas anomalías evidentes en su ornamentación. En el interior de ella no quedó ni un centímetro cuadrado sin esculpir y no sólo está repleta de símbolos, sino que el edificio entero se alzó con arreglo a los elevados ideales de la geometría sacra. Muchos de sus elementos son innegablemente masónicos; así, por ejemplo, exhibe la «Columna del Aprendiz» en explícito paralelismo con el mito masónico de Hiram Abiff,14 y el aprendiz representado en ella recibe el nombre de «el Hijo de la Viuda», que responde a una significativa terminología masónica (y también ha tenido su importancia para la presente investigación). En el dintel contiguo a esa columna leemos la inscripción: 
El vino es fuerte, el Rey es más fuerte, las mujeres son fortísimas, pero LA VERDAD vence a todos.15

Ahora bien, y aunque la mayor parte del simbolismo de Rosslyn sea masónico, definitivamente también es templario: la planta de la capilla tiene la forma de la cruz templaria y algunos relieves presentan la famosa imagen de dos jinetes sobre un mismo caballo que fue el sello de los freires. En las cercanías hay una antigua arboleda que tenía forma de cruz templaria. 

Pero también existe en la capilla Rosslyn mucho simbolismo que no es clásicamente masón ni templario. Hay una plétora de imágenes paganas, e incluso algunas islámicas. En el exterior un relieve representa a Hermes, clara alusión al hermetismo, y en el interior se encuentran más de cien representaciones del Hombre Verde, el dios de la vegetación en el antiguo panteón céltico. Tim Wallace-Murphy, el historiador oficial de la capilla Rosslyn, ha relacionado al Hombre Verde con el dios babilónico Tammuz, una más de las divinidades que mueren y resucitan. Todos estos dioses tienen atributos parecidos, y suele representárseles con la cara verde, aunque fue Osiris, el esposo de Isis, el así representado más habitualmente.

Cuando visitamos a Niven Sinclair, un miembro de la ilustre familla, quedamos prácticamente abrumados por un aluvión de pruebas de que los Sinclair no sólo habían sido templarios, sino también paganos. Apasionado estudioso de la Historia de Rosslyn y de los Sinclair, Niven nos suministró algunos indicios muy reveladores de lo ocurrido con los conocimientos perdidos de los Templarios.

Según él, están codificados en la obra de la capilla Rosslyn para que fuese posible transmitirlos a futuras generaciones. Como él dice,

«el conde William Saint-Clair construyó la capilla en una época en que los libros podían ser quemados o prohibidos. Era necesario dejar un mensaje a la posteridad».16

Mientras Niven iba entusiasmándose con su tema nosotros admirábamos el ingenio aplicado por su antepasado sir William a la creación de ese libro de piedra. O como él nos dijo,

«si vais a la catedral de San Pablo, os bastará una sola visita para verla toda. Pero la capilla Rosslyn es diferente. Figuraos si habré estado allí en cientos de ocasiones, y cada vez descubro algo nuevo. En eso consiste su belleza».

Rosslyn dista de ser una capilla cristiana típica. Según Niven,

«se dijo que el conde Guillermo la erigió “a la mayor gloria de Dios”, pero si es así, llama la atención que se encuentren tan pocos símbolos cristianos en ella».
Los Sinclair medievales promovieron activamente celebraciones paganas y proporcionaron refugio a los gitanos (de quienes se ha dicho que figuran «entre los últimos practicantes del culto a la Diosa en Europa»).17 También es revelador que según muchas autoridades la cripta de la capilla Rosslyn tuviese en tiempos una Virgen negra.18

Acabábamos de darnos cuenta, no sin cierta sorpresa, de que los templarios no fueron ni con mucho los devotos soldados de Cristo del imaginario popular. Ese camuflaje creado por ellos mismos ha tenido mucho éxito, pero evidentemente cuidaron también de sembrar pistas que manifestasen sus auténticas preocupaciones a quienes «tuviesen ojos para ver». La ornamentación de la capilla Rosslyn no era sino un ejemplo más de ese mensaje críptico pero revelador.

Como una consecuencia más de la afición de los templarios al conocimiento y su conservación, encontramos asimismo en Rosslyn el llamado «Manuscrito Rosslyn-Hay», la obra escocesa en prosa más antigua que se conoce. Se trata de una traducción de escritos sobre caballería y gobierno debidos a Renato de Anjou; en la encuadernación figura la leyenda «JHESUS (sic) - MARIA - JOHANNES».

Y tal como ha dicho Andrew Sinclair en The Sword and the Grail (1992):

No es corriente esa adición del nombre de san Juan a los de Jesús y María, pero puesto que tuvo la veneración de los gnósticos y la de los templarios [...]otro rasgo llamativo de la encuadernación de ese libro es la utilización del Agnus Dei, el Cordero de Dios [...]. El sello templario del Cordero de Dios también se halla esculpido en la capilla Rosslyn.19

El conde William y Renato de Anjou debieron de tener alguna relación, puesto que ambos fueron miembros de la Orden del Vellocino de Oro, grupo cuyo designio declarado era la restauración de los antiguos ideales de caballería y hermandad de los templarios. Queda claro que los templarios sobrevivieron en Escocia y siguieron teniendo actividad externa, no sólo en Rosslyn sino en otros emplazamientos también.20

En 1329, sin embargo, el idilio se vio de nuevo amenazado cuando el papa le anuló la excomunión a Robert Bruce y pareció que el largo brazo de Roma podía llegar hasta ellos. En algún momento se discutió incluso la posibilidad de lanzar una cruzada contra Escocia, y aunque no llegó a concretarse, los templarios escoceses juzgaron más prudente pasar a la clandestinidad lo mismo que muchos de sus hermanos del resto de Europa. Y de ahí nacieron los comienzos de la francmasonería, según se afirma.21

Es de señalar que algunas ramas de la francmasonería han afirmado siempre que eran descendientes de los templarios y que tenían sus orígenes en Escocia, pero pocos historiadores lo tomaron en serio, pese a que algunos de éstos también eran masones. Podemos suponer que aquellos masones «del Temple» heredaron por lo menos una parte de los secretos templarios auténticos. Esos conocimientos que incluyeron la sabiduría hermética y alquímica, además de la geometría sacra, todavía se juzgan valiosos, tal vez porque responden a preocupaciones muy diferentes de las que interesan en el mundo moderno actual, hablando en líneas generales.

Fue otro escocés, Andrew Michael Ramsay, quien pronunció ante los francmasones de París, en 1737, lo que luego se llamó Ramsay’s Oration. Caballero de la Orden de San Lázaro, y tutor de Bonnie Prince Charlie—es decir, Carlos Eduardo Estuardo, llamado «el Joven Pretendiente»—, el «caballero» Ramsay recordó a los congregados con especial énfasis que ellos eran descendientes de los caballeros Cruzados, alusión apenas velada a los templarios. Y no tuvo otro remedio que recurrir a un eufemismo porque los templarios todavía eran anatema para la sociedad francesa. En el Discurso dijo también Ramsay otra cosa más discutible, que los masones tenían sus orígenes en las escuelas mistéricas de las diosas Diana, Minerva e Isis.

En los años transcurridos el Discurso ha concitado mucho desdén y no sólo por la mención a los cultos de divinidades femeninas, sino porque el caballero Ramsay había asegurado que la Orden no descendía de los canteros medievales; los entendidos en el tema se centraron en esa proposición y dijeron que al ser ésta evidentemente incierta, quedaba en tela de juicio todo el resto del Discurso. Pero tal como ya hemos mencionado aquí, los estudios recientes han demostrado que no hubo tales gremios medievales de canteros en Gran Bretaña, así que quizá convendría conceder al buen caballero, por lo menos, el beneficio de la duda en cuanto a ésta y las demás proposiciones suyas.

Este Discurso de 1737 fue la primera insinuación pública de que los francmasones descendieran de los templarios: ¿hubo tal vez alguna relación con el hecho de que apenas un año más tarde el papa condenase a toda hermandad francmasónica? Y más consternante todavía, a esas alturas del siglo XVIII algunos masones fueron encarcelados y torturados por la Inquisición de resultas de esa bula papal.

Después de la alusión no tan indirecta de Ramsay a la conexión templaria, se produjo otra declaración más explícita y parece que autorizada, aunque éste es uno de los episodios más polémicos en la Historia de la francmasonería. Un tal Karl Gotthelf, barón Von Hund und Alten-Grotkan, aseguró que había sido admitido en una Orden Masónica del Temple, lo cual ocurrió en 1743 y en París, haciéndosele entrega de la «auténtica» Historia de la francmasonería y autorizándosele a fundar logias en base a tal línea de autoridad, que él llamó «la Observancia Estricta del Temple», aunque en Alemania, y esto también es significativo, se llamasen la Confraternidad de Juan el Bautista.22

En cuanto a esa Historia auténtica que se le suministró, entre otras informaciones decía que cuando fue disuelta la orden algunos caballeros huyeron a Escocia y se establecieron allí. El barón Von Hund tenía en su poder una nómina que dijo ser la de los Grandes Maestres sucesores de Jacobo de Molay en la clandestinidad del movimiento templario.

Las logias de Von Hund tuvieron un éxito fulgurante, pero por desgracia no hizo amigos entre los historiadores, que denunciaron sus afirmaciones como charlatanería sin fundamento y desdeñaron «por absurda» su versión de la «Historia auténtica».23 También han pasado de su lista de supuestos Grandes Maestres. La razón primera de esa descalificación global fue que atribuía sus afirmaciones a noticias de unos contactos anónimos —lo que él llamaba «los Superiores Desconocidos»—, lo cual desde luego daba la impresión de que todo fuesen invenciones suyas. Es cierto que las comunicaciones anónimas son episodio frecuente en los grupos ocultistas, como podemos atestiguar personalmente. Pero en los últimos tiempos se han asignado a los Superiores Desconocidos algunos nombres y apellidos muy verosímiles, tanto es así que no hay que descartar que hubiese dicho la verdad en cuanto a sus comunicantes, después de todo.24

Es de observar que los historiadores nunca han logrado dar una nómina definitiva de los Grandes Maestres de los templarios históricos, atendido el estado fragmentario de los archivos disponibles. Sin embargo la lista de Von Hund es idéntica a la que aparece en los Dossiers secrets del Priorato de Sión.25

Basándose en sus pesquisas, Baigent, Leigh y Lincoln se persuadieron de que la lista del Priorato era la más exacta de todas las existentes;26 aunque repitámoslo una vez más, como la documentación escasea nunca podremos estar seguros del todo. En todo caso ha resistido el escrutinio de los profesionales y bien pudiera ser que fuese correcta. Pero aun queriendo ser muy escépticos, si hacia 1950 el Priorato pudo sacarse de la manga una lista retrospectivamente correcta, en 1750 Von Hund difícilmente podía inventarse una lista similar, porque entonces no estaban accesibles los archivos, ni se disponía de estudios históricos acerca de los templarios. Al menos el documento señala una relación común entre la Observancia Estricta del Temple y el Priorato.

Mucho se ha escrito sobre las pretensiones de Von Hund y su organización, pero es curioso que no se le haya ocurrido a nadie fijarse en sus posibles motivos. De hecho su Observancia Estricta era, fundamentalmente, una trama de alquimistas, y él mismo fue alquimista ante todo y principalmente.27 ¿Quizá continuaba la tradición de los templarios? 

Cualquiera que sea la verdad en cuanto a la organización y las preocupaciones de Von Hund, la francmasonería templaria no tardó en establecerse y se convirtió en una corriente importante de la masonería a ambas orillas del Atlántico. (Se ha sugerido que los templarios se «ocultaban» eficazmente en los grados superiores de la francmasonería.) También influyó la francmasonería templaria en otra evolución que luego se revelaría importante para nuestra línea de investigación: la francmasonería de rito escocés, en especial su forma llamada Rito Escocés Rectificado, que tiene un seguimiento particularmente numeroso en Francia.

Entre los francmasones franceses circulaba una curiosa leyenda sobre «Maître Jacques», un personaje mítico que fue patrono de las cofradías medievales de canteros en Francia. Según la narración fue uno de los maestros canteros que trabajaron en el Templo de Salomón. Después de la muerte de Hiram Abiff salió de Palestina y se embarcó rumbo a Marsella junto con trece oficiales. Los seguidores de su gran enemigo, el maestro cantero Père Soubise, le perseguían dispuestos a matarlo, y entonces él se escondió en la cueva de Sainte-Baume, la misma que más tarde ocupó María Magdalena. Pero no le valió de nada, porque fue traicionado y muerto. Este lugar todavía recibe una peregrinación de masones cada día 22 de julio.28

El movimiento llamado de los rosacruces es otro firme candidato al título de herederos de la sabiduría esotérica del Temple. Tras haber recibido muchas burlas de los historiadores, que lo consideraban una invención de comienzos del siglo XVII, en la actualidad va ganando terreno la convicción de que sus raíces auténticas están en las tradiciones del Renacimiento. El «ideal rosacruz», o la actitud aunque todavía no recibiese tal nombre, se distingue como fuerza impulsora del Renacimiento y tiene su prototipo en Leonardo. Como ha escrito la distinguida autora Frances Yates:

¿No sería quizá partiendo de la actitud del Mago que una personalidad como Leonardo pudo coordinar sus estudios matemáticos y mecánicos con su obra como artista?29

Desde luego Leonardo vivió en una época en que los grandes movimientos intelectuales y místicos atraían como imanes a los sedientos de conocimiento y de poder. Teniendo en cuenta la animadversión de la Iglesia era preciso que tales movimientos permanecieran en la clandestinidad, pero sabemos que las tres ramas que florecieron en secreto fueron: la alquimia, el hermeticismo y el gnosticismo. La escuela hermética que proporcionó tan destacados ímpetus a la ilustración renacentista-rosacruz, y el gnosticismo que inspiró a los cátaros, son dos evoluciones de las mismas ideas cosmológicas.

Según éstas el mundo material es el peldaño más bajo en una jerarquía de «mundos» —o de «esferas», como decían ellos, «planos» o «dimensiones» en la terminología actual—, siendo Dios el más alto. El hombre es un ser que fue divino y ha quedado «atrapado» en su cuerpo material, pero aún engloba una chispa divina (como dice el tan repetido adagio hermético, «acaso no sabéis todavía que sois dioses»). Es posible para el hombre reunirse con lo Divino, o mejor dicho es su deber.

Los gnósticos expresaban esta idea desde una perspectiva religiosa (y entonces la reunión con lo Divino se equipara a la salvación), mientras que los herméticos la pensaban en términos mágicos, pero da lo mismo. Es imposible trazar una división nítida entre el gnosticismo y el hermeticismo, como lo es distinguir netamente entre religión y magia. 

Pero hay más todavía, y es que el gnosticismo y el hermeticismo se retrotraen ambos a la misma época y el mismo lugar: el fermento de ideas que ocurrió en Egipto, y más especialmente en la ciudad de Alejandría, durante los siglos I y II de nuestra Era. En aquel gran crisol de concepciones religiosas y filosóficas se fundieron las creencias de muchas culturas —la griega, la persa, la judía, la egipcia antigua e incluso las religiones del Lejano Oriente— para dar origen a ideas que hoy son los fundamentos de la nuestra. (La estrecha relación entre el gnosticismo y el hermeticismo viene documentada por el hecho de que los «evangelios gnósticos» encontrados en Nag Hammadi incluyan tratados concebidos como diálogos con Hermes Trismegisto.)

La cosmología del Pistis Sophia, el evangelio gnóstico que atribuye papel protagonista a María Magdalena, en esencia no difiere de la que propugnaron los magos renacentistas como Marsilio Ficino, Cornelius Agrippa o Robert Fludd. Las mismas ideas, y en igual cultura, época y lugar engendraron la alquimia. Aunque ésta bebió también de fuentes muy anteriores, la alquimia en el sentido que entendemos hoy fue un producto de Egipto durante los primeros siglos de nuestra Era. Jack Lindsay ha explorado las raíces de la alquimia y sus paralelismos con las doctrinas herméticas y gnósticas en su libro The Origins of Alchemy in Graeco-Roman Egypt (1970).

No es difícil comprender el atractivo del gnosticismo, aunque en sí no fuese fácil como opción de vida, dada la trascendencia que atribuía a la responsabilidad individual en función de las acciones. También es evidente el peligro que representaba para la Iglesia de Roma. Se atribuye a Hermes Trismegisto la exclamación «¡oh, qué milagro es el Hombre!», que viene a resumir aquella idea de la chispa divina encerrada en el ser humano. Ni los gnósticos ni los hermeticistas se humillaban ante su Dios; a diferencia de los católicos, no se consideraban unos indignos ni unos réprobos merecedores, a lo sumo, del purgatorio.

El que se cree portador de una chispa divina recibe con ello la noción que hoy llamaríamos «autoestima» o confianza en sí mismo, el ingrediente mágico que le permite realizarla plenitud de sus posibilidades. Ésa fue la clave del Renacimiento, mirado en su totalidad; a consecuencia de esa nueva intrepidez se abrió súbitamente el mundo y comenzó una época de navegaciones y descubrimientos como no se había visto nunca. Peor aún, desde el punto de vista de la Iglesia, la noción de la posibilidad individual de obrar el bien implicaba que las mujeres valían tanto como los hombres, al menos espiritualmente. En el gnosticismo la mujer siempre tuvo algo que decir, e incluso actuaba corno oficiante de ceremonias religiosas. En esto vio la Iglesia católica uno de los grandes peligros del gnosticismo.

Además la idea del origen esencialmente divino de la humanidad no se compaginaba con la doctrina cristiana del «pecado original», es decir que todos los hombres y mujeres nacen con la mancha del pecado en castigo por la caída de Adán y Eva (sobre todo esta última). Es así que todos los infantes son engendrados por medio de un «pecaminoso» acto sexual, por donde tanto las mujeres como los hijos quedaban comprendidos en una especie de conspiración permanente contra los hombres más virtuosos y contra un Dios vengativo. Los sistemas gnósticos y hermético no hacían caso de ningún «pecado original».

A cada individuo se le invitaba a explorar sus mundos externos e internos buscando la experiencia de la gnosis o conocimiento de lo Divino. Se propugnaba, por tanto, un camino de salvación individual, en total contradicción con la idea del magisterio eclesiástico y el papel mediador del sacerdote en la comunicación de Dios con los hombres. La idea gnóstica de una línea directa con Dios, como si dijéramos, amenazaba la propia existencia de la Iglesia. Si la grey no precisaba de sacerdotes para salvarse, ¿en qué se fundaba la prevalencia de la jerarquía? Lo mismo que en el caso de la alquimia, el gnóstico y el hermético prudentes procuraban mantenerse ocultos a los ojos de la Iglesia.

Una ciencia prohibida y una filosofía excomulgada: los practicantes de tales creencias desde luego se autoexcluían, como diríamos hoy, y era inevitable que buscaran refugio en las tramas clandestinas. Muchos de esos hombres (pero también hubo mujeres entre los alquimistas del Renacimiento) profesaban opiniones extrañas sobre asuntos como la arquitectura y las matemáticas, además de albergar ideas teológicas excepcionalmente, heterodoxas. Se trataba de gentes peligrosas, por consiguiente, y tanto más porque la necesidad de guardar secreto suele concentrar las actitudes subversivas. Una manifestación principal de esa herejía fue el movimiento rosacruz.

La palabra «rosacruz» se acuñó en el siglo XVII, pero designaba un movimiento establecido desde bastante antes. Su primera floración importante, como la de tantos otros movimientos que han tenido trascendencia, se registró durante el Renacimiento. O mejor dicho, apenas sería exagerado afirmar que los rosacruces eran el Renacimiento.

En la segunda mitad del siglo XV cobró un auge extraordinario la afición al hermeticismo y a las ciencias ocultas. Aunque apenas se manejó por aquel entonces ninguna información nueva, lo que sucedió fue que coincidieron muchas influencias y muchos personajes contemporáneos en el afan de explorar las consecuencias de la doctrina hermética hasta donde alcanzasen sus límites. De súbito, esto pareció materia digna del debate intelectual, sacándola de los enclaves secretos donde había permanecido confinada hasta entonces. Si los entusiastas del Renacimiento hubiesen podido actuar a su antojo, poco habría tardado el hermeticismo en dejar de ser «oculto».

Esta marea de fascinación hacia todo lo hermético tuvo un centro principal en la corte de los Médicis de Florencia (donde influyó poderosamente sobre Leonardo da Vinci, entre otros muchos grandes pensadores).30 Bajo el patrocinio de los Médicis, en especial Cosme el Viejo (1389-1464) y su nieto Lorenzo el Magnífico (1449-1492), se emprendió la primera gran síntesis de las muchas ideas ocultistas dispersas.

Cosme no sólo envió emisarios en busca de obras legendarias como el Corpus Hermeticum, supuestamente escrito por el mismo Hermes Trismegisto, sino que además financió la traducción de esos textos. La corte de los Médicis era el salón donde pontificaban pensadores tan famosos (aunque la cabeza les oliese a pólvora en ocasiones) como Marsilio Ficino (1433-1499), el traductor del Corpus Hermeticum, y Pico della Mirandola (1463-1494), éste autor de una aportación destacable al introducir la teoría y la práctica de la cabalística en aquel crisol de ideas atrevidas.

Tal vez inducido por su aristocrático patrono a una sensación de seguridad algo errónea, Mirandola proclamó con excesiva franqueza sus ideas ocultistas y no tardó en ver sus libros puestos en el índice papal de los prohibidos. Él mismo fue amenazado por el papa Inocencio VIII y por algún tiempo pareció que iba a correr la suerte de todos los que se enfrentaban al Vaticano, pero entonces sucedió algo misterioso. El nuevo papa, Alejandro VI, de la familia Borgia, retiró sorprendentemente todos los cargos y amenazas, e incluso le escribió una carta en la que le expresaba su simpatía personal. El porqué nunca se supo. Claro que éste fue el papa que hizo decorar sus habitaciones particulares en el Vaticano con frescos inspirados en temas del Egipto antiguo, sobre todo la diosa Isis.31

Los historiadores modernos tienden a negar el poder y la influencia de lo oculto. Si lo mencionan es sólo para poner de relieve, por comparación, el triunfo de la Era de las Luces, cuando todas aquellas «necedades supersticiosas» fueron rechazadas por quienquiera tuviese un adarme de sentido común. Pero el ocultismo no había desaparecido durante el Renacimiento, sino que fue su motor principal. La fascinación por lo oculto no era un mero síntoma, sino la causa de la nueva apertura en el mundo de las ideas.

En una serie de libros, Frances Yates ha escrito la verdadera crónica de la acción ocultista como impulsora del Renacimiento.32 Tal como ella señala, la nueva filosofía oculta se propagó desde Italia al resto de Europa, el punto culminante de cuyo proceso fue la campaña europea de Giordano Bruno (1548-1600), el gran predicador del hermeticismo que viajó por muchos países, entre los cuales Alemania e Inglaterra, para postular el retorno a lo que era, en esencia, la antigua religión egipcia, y denunciar con característica franqueza los que él consideraba males del cristianismo institucionalizado.33

Como hemos visto, se creía que el fundador de la ciencia hermética había sido Hermes «el tres veces grande» por medio del fragmento de la Tabla Esmeralda, en el cual condensó muchos y portentosos secretos. Pocos herméticos creyeron esa leyenda en realidad, aunque sí aceptaron la significación del antiguo panteón egipcio. Sin embargo, y por más que los hermeticistas del Renacimiento creyeran que sus secretos procedían del Egipto de los faraones en tiempos de Moisés, en realidad correspondían a una época mucho más próxima a la del Jesús histórico.

Las raíces de aquellas ideas en Egipto se retrotraen hasta los siglos I a III de nuestra Era; con anterioridad a esto sólo puede tenerse por cierta la confluencia de numerosas culturas. No obstante, estudios recientes han demostrado que las investigaciones anteriores habían sobrevalorado la aportación de la filosofía griega y que otras ideas, efectivamente derivadas de la religión de los antiguos egipcios, tuvieron en el desarrollo de las creencias herméticas una influencia mayor de la que venía atribuyéndoseles.34

Así pues, los hermeticistas habían visto que si bien la antigua Grecia tuvo mucho que ofrecer al raciocinio humano, era sobre todo en Egipto donde se encontraban las claves del conocimiento que ellos buscaban. También comprendieron que ese conocimiento no estaba ahí para ofrecerse a quienquiera que lo buscase, sino que el sistema egipcio se hallaba codificado en una escuela mistérica y que sus secretos requerían vocación por parte del aprendiz, quien se vería obligado a recorrer las arduas etapas de una iniciación progresiva.

Giordano Bruno llegó a Inglaterra en 1583 y trabó conocimiento en seguida con luminarias tales como sir Philip Sydney, el autor de la Arcadia, entre otras obras. Sydney, discípulo del doctor John Dee (1527-1606), el gran ocultista inglés, fue sin duda un personaje importante en ese mundo semiclandestino, como lo indica el hecho de que Bruno le dedicase dos obras durante su estancia en Inglaterra.

Es posible que asistiera al encuentro entre Bruno y Sydney otro personaje de los círculos de la sociedad isabelina que participaban de las aficiones ocultistas, un tal William Shakespeare. (Hay quien considera significativo que el primer Globe Theatre de Londres se construyese con arreglo a los principios de la geometría sacra,35 y no falta quien opine que la última obra de Shakespeare, La Tempestad, trata del doctor Dee y hace alusión a gran número de conceptos rosacruces.)36

En cuanto a Bruno, aunque su nombre apenas lo mencionen los libros utilizados para enseñar Historia en las escuelas, fue un personaje de estatura comparable a la de Lutero o Calvino. Lo mismo que éstos, o mejor dicho lo mismo que la mayoría de los grandes protagonistas de la Contrarreforma, fue intolerante y obstinado. Era el estilo de la época, pero a diferencia de ellos, lo que predicaba Bruno distaba de ser ninguna versión del cristianismo aceptado, y bastaba con eso para que tuviese los días contados. Con su carácter rimbombante, además, era fácil prever como acabaría, y fue que tras haber sido traicionado y denunciado a la Inquisición por un discípulo desengañado lo apresaron en Roma y lo quemaron vivo en 1600. 

En Alemania dejaba una sociedad secreta de su invención, la de los «giordanisti». Poco se sabe de ella, aunque debió de ser una influencia principal en la aparición de los rosacruces en Europa.37 Aunque también debería reconocérsele un mérito comparable al mencionado doctor John Dee, un genuino brujo galés y hombre de muchos recursos que no sólo fue astrólogo y consejero de Isabel I, sino además agente secreto, alquimista y necromántico.38 (Un detalle poco conocido acerca del doctor Dee es que su nombre en clave como espía era «007».)

De esas raíces nació el movimiento rosacruz, uno de los más misteriosos de la Historia. Su existencia la dieron a conocer dos folletos anónimos, Fama Fraternitatis o «Descubrimiento de la Fraternidad de la muy noble Orden de la Rosa Cruz» y Confessio Fraternitatis o «La Confesión de la Laudable Fraternidad de la muy honorable Orden de la Rosa Cruz». que circularon por Alemania en 1614 y 1615.39 Estas publicaciones anunciaban una cofradía secreta de adeptos mágicos, los rosacruces, que recibieron el nombre de su legendario fundador Christian Rosenkreutz, o «Cristiano Cruz de Rosas».

El héroe había viajado supuestamente por Egipto y los Santos Lugares para recoger conocimientos secretos, u ocultos, que transmitir a una nueva generación de adeptos. Pero si su vida fue insólita, su muerte y sepultura lo fueron todavía más. Se dijo que Rosenkreutz tenía 106 años de edad en 1484, cuando murió, y fue enterrado en un lugar secreto que permanecía iluminado por «un Sol interior». Y que su cuerpo permaneció «incorrupto», es decir que no sufrió la habitual descomposición cadavérica, suceso post mortem que por lo visto afecta a un número extraordinario de personas, entre ellas no pocos santos católicos.

En esos Manifiestos rosacruces, como no tardaron en llamarse los documentos citados, no se transmitía ninguno de los secretos en cuestión, pero como proclamaban la existencia de la hermandad parecían indicar que si alguien tenía interés en conocerlos podía ponerse en contacto con ésta. A lo mejor esto lo concibieron como una especie de test de iniciativa, porque no daban señas útiles para los posibles corresponsales. En ese detalle se apoyan los historiadores oficiales que desdeñan toda la historia a título de fabulación absurda. Pero corno ha demostrado Frances Yates,40 los autores de los Manifiestos revelaron un conocimiento profundo y auténtico de la sabiduría hermética y la alquimia; es de resaltar, por ejemplo, que trataban de la alquimia como una disciplina espiritual y tuvieron buen cuidado de marcar distancias con respecto al afán de fabricar oro, al que tildaban de «impío y maldito».41

Cualquiera que sea la verdad acerca de los orígenes de los rosacruces, es seguro que ejercieron influencia sobre muchos pensadores de fama mundial, como Robert Fludd (1574-1637) y sir lsaac Newton. Y por mucho que extrañe, también Francis Bacon, pese a su fama de racionalista, fue, en esencia, un rosacruz.42 Lo cual tiene su coherencia, porque el movimiento rosacruz fue una síntesis de todos los conceptos herméticos y ocultos ya existentes y la única novedad consistió en el nombre. Frances Yates no tiene reparos en caracterizar a Leonardo, nada menos, como «uno de los primeros rosacruces».43

Ese nombre también figura en la relación de los Grandes Maestres del Priorato de Sión, aunque él no se habría considerado rosacruz porque la palabra aún no existía en su época. Otros personajes de esa lista no conocieron tal inconveniente, por ejemplo Johann Valentin Andreae (1586-1654), dramaturgo y poeta alemán que fue también «pastor», es decir cura luterano. Según los Dossiers secrets empuñó el timón del Priorato desde 1637 hasta 1654, aunque son muchos más los que creen que los Manifiestos rosacruces los escribió él mismo, o fue por lo menos su inspirador.

por Lynn Picknett y Clive Prince
del Sitio Web Scribd
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