domingo, 19 de enero de 2014

El Legado Templario II

Desde luego escribió en 1616 lo que vino a constituir el tercer Manifiesto, Las Nupcias Químicas de Christian Rosenkreutz,44 es decir bastantes años antes de la supuesta ascensión a la jefatura del Priorato. 

A lo mejor fue su actividad como destacado rosacruz lo que le valió la elección. Todo indica que el tema de la Rosa Cruz es el hilo común que reúne a los cuatro supuestos Grandes Maestros cuya magistratura abarca la duración del siglo XVII. Si admitimos esto tendremos que conceder todavía mas credibilidad a dicha nómina, porque no fue hasta después de 1970 cuando Frances Yates demostró la existencia y la influencia del legado rosacruz.


Entre los Grandes Maestros del Priorato la serie de los rosacruces, comenzó, a más tardar, con Robert Fludd, el alquimista inglés que lo fue entre 1595 y 1637. El mismo Fludd dijo haber buscado a los rosacruces después de leer sus manifiestos y con intención de unirse a ellos. pero no lo consiguió. No obstante, escribió mucho sobre el tema e incorporó ideas de aquéllos en obras suyas tan leídas como la Utriusque cosmi historia o «Historia de los dos mundos» (1617).45

(Es interesante la observación de Lewis Spence, comentador de temas de ocultismo, según la cual las obras de Robert Fludd posteriores a 1630 usan «un lenguaje con recio sabor a francmasonería» y que organizó «su sociedad» por grados.)46

El sucesor de Fludd fue el propio Andreae, quien ostentó la dignidad de Gran Maestro hasta su muerte en 1654, y el Maestro siguiente fue el químico Robert Boyle, de Oxford.

Que sepamos, Boyle nunca mencionó la palabra «Rosa Cruz» en sus obras, pero demostró un conocimiento no poco profundo del contenido de los Manifiestos.47 Y cuando fundó lo que luego llegaría a ser la Royal Society llamándolo El Colegio Invisible hizo con ello una alusión irónica a la descripción que los rosacruces hacen de sí mismos como la sociedad «Invisible».48

Aparece entonces Isaac Newton, supuesto Gran Maestre del Priorato desde 1691 hasta 1727. Se sabe desde hace tiempo que practicaba la alquimia, y también tuvo en su poder un ejemplar de la traducción inglesa de los Manifiestos, aunque hay indicios de que no dejó de advertir el carácter legendario del personaje de Rosenkreutz. (Para los comentaristas de temas esotéricos al menos, siempre estuvo claro que esa narración nunca se propuso que nadie la tomase como verdad literal.)

No ha sido sino recientemente, sin embargo, que se ha descubierto el pleno alcance de las aficiones ocultistas de Newton. Más del 10 por ciento de lo que escribió fueron tratados de alquimia, y lo que quizá sea más revelador, dibujó una hipotética reconstrucción de la planta del Templo de Salomón.49

Los rosacruces también aparecen muy conectados con el florecimiento de la francmasonería. A los dos primeros francmasones ingleses conocidos, Elias Ashmole y el alquimista sir Robert Moray, se les relaciona con el movimiento rosacruz. En particular Ashmole fue rosacruz notorio mientras que Moray, según Frances Yates, «hizo probablemente más que nadie en lo tocante a promover la fundación de la Royal Society».50

En la primera literatura masónica se hallan además alusiones que vinculan explícitamente a «los Hermanos de la Rosa Cruz» con los francmasones, si bien dan a entender también que se trata de sociedades distintas, aunque emparentadas.51

Esas relaciones mutuas entre rosacruces, francmasonería, hermeticismo y alquimia, que hasta ahora demostraban Frances Yates y otros historiadores por el procedimiento de ir casando indicios con paciencia de benedictinos, han quedado súbitamente iluminadas por el descubrimiento reciente de una colección de documentos que ilustran hasta qué punto estaban integrados todos estos movimientos y personajes.

En 1984 Joy Hancox, profesora de música en Manchester, quiso escribir una Historia de la casa en que vivía y se tropezó con una colección de papeles, que eran principalmente diagramas y dibujos geométricos, reunida por John Byrom (1691-1763) y conservada por los descendientes de éste pese a que no sabían lo que significaban. Esos papeles, que son más de 500, versan principalmente de geometría sacra y arquitectura, y contienen símbolos cabalísticos, masónicos, herméticos y alquímicos.52

La importancia de la «Colección Byrom» consiste, como hemos dicho, en la luz que arroja sobre las relaciones entre estos temas y entre las personas —la crema de las instituciones intelectuales y científicas de la época— que compartieron esas preocupaciones. Byrom, personaje destacado del movimiento jacobita que se había propuesto restablecer a los Estuardo en el trono de Inglaterra, fue miembro de la Royal Society y francmasón. También pertenecía al «Cabala Club», por otro nombre llamado Club del Sol, cuyos miembros se reunían en el mismo edificio de las inmediaciones de San Pablo de Londres donde tuvo su sede una de las cuatro logias fundacionales que luego confluyeron en la Gran Logia de la Francmasonería inglesa. Sus diarios revelan que tuvo relaciones con los intelectuales más notables de aquellos días.

La obra incorporada en su colección tomó de todas las sociedades y personajes de que hemos venido hablando hasta aquí, incluyendo a los rosacruces, a John Dee (de quien Byrom fue pariente político), a Robert Fludd, a Robert Boyle... e incluso a los caballeros templarios.

Encontramos en ella diagramas que detallan la geometría sagrada de muchos edificios de distintas épocas, como queriendo demostrar la continuidad en el conocimiento de los principios inspiradores de esas construcciones. Por ejemplo, uno de aquéllos muestra que la planta de la capilla del Kings College en Cambridge, edificio de mediados del siglo XV —y una de las últimas grandes estructuras góticas que se construyeron en este país»—53 se inspiró en el Árbol de la Vida de los cabalistas (aunque ya Nigel Pennick, autoridad en materia de simbolismo esotérico, había llegado a la misma conclusión).

A lo que parece el trazado de la capilla deriva de una catedral del siglo XIV, la de Albi del Languedoc, que más antiguamente fue uno de los centros cátaros. También hay en la colección un diagrama de la Temple Church de Londres, así como los de otros edificios del Temple, siempre dentro de la misma línea de demostrar que todas estas obras formaban parte de una tradición continuada, y que eso lo sabían los miembros de las cofradías rosacruces/masónicas del siglo XVIII. La colección Byrom incluye asimismo materiales que tratan del Templo de Salomón y el Arca de la Alianza. 

Si los masones fueron los descendientes de los templarios, como parece, ¿Podría ocurrir que los rosacruces también hubieran sido del mismo linaje? El propio nombre «Rosa Cruz» evoca poderosamente a aquellos caballeros cuyo emblema era una cruz roja o rosada. En las Nupcias Químicas del pastor Andreae recurre con frecuencia el tema de la cruz roja sobre fondo blanco, y la obra en general trae muchas connotaciones de los relatos del Grial, material templario donde lo haya. Y la presencia de lo mismo en los papeles de Byrom, predominantemente rosacruces, sugiere un origen común entre esa fraternidad y la de los masones.

Ahora bien, así como los masones eran y son una organización determinada, y se sabe quiénes son sus miembros y dónde se reúnen, los rosacruces han tenido siempre un perfil mucho más huidizo, a tal punto que la denominación «Rosa Cruz» ha acabado por tomar más bien el significado de un ideal, no de una afiliación concreta. Y en efecto, los mismos Manifiestos se refieren a los rosacruces como una «sociedad invisible». Pero la primera sociedad rosacruz «concreta y visible» fue la Orden de la Cruz Oro y Rosa fundada en 1710 por Sigmund Richter en Alemania, cuya finalidad principal eran los estudios alquímicos.54

Sesenta años más, tarde esta Orden se convirtió en una logia masónica dependiente de la Observancia Templaria Estricta, manteniendo siempre, sin embargo, su naturaleza alquímica. Bajo este nuevo avatar tuvo muchos miembros influyentes, como por ejemplo Franz Anton Mesmer (1734-1815) el descubridor del «magnetismo animal» (pero no un precursor del hipnotismo como se cree comúnmente). El mismo hecho de que una sociedad rosacruz fuese admitida tan fácilmente como logia de la tendencia antedicha demuestra la herencia común de ambos movimientos. 

Después de 1750 los hilos de la trama se enredan de una manera inextricable. Si antes hubo distinciones claras entre los masones, los rosacruces y las organizaciones que se remitían a unos orígenes templarios, de improviso estos grupos empezaron a entretejerse hasta parecer que todos eran uno y lo mismo. En algunas obediencias de la francmasonería, por ejemplo, los Iniciados tomaban títulos de «caballero templario» y «rosacruz», sin que sea posible averiguar si la filiación fue auténtica o sencillamente eligieron llamarse así por grandilocuencia. Se ha calculado que entre 1700 y, 1800 se añadieron a la francmasonería más de 800 grados y ritos.

Esta enorme proliferación de sistemas y rituales masónicos dificulta sobremanera el propósito de trazar la genealogía entre los templarios y los masones y rosacruces. En muchos casos resulta prácticamente imposible determinar cuáles de dichos sistemas fueron innovaciones del siglo XVIII y cuáles tenían auténtica solera.

En cambio, sí es posible reseguir un hilo común entre ciertos sistemas masónicos desautorizados o rechazados por la corriente principal de la francmasonería. Se trata en estos casos de variaciones de la francmasonería «oculta» y todas ellas se retrotraen a la Observancia Templaria Estricta del barón Von Hund, aunque prosperaron especialmente en Francia (véase el apéndice III. La clave de todo ello es un sistema masónico llamado el Rito Escocés Rectificado, el cual se consagró concretamente a los estudios ocultos y hace gran hincapié en sus orígenes templarios. Es también la forma de francmasonería que tuvo relaciones más estrechas con las sociedades rosacruces.

El empleo de la palabra «Templaria» llegó a ser conflictivo para esa escuela de la masonería. Hubo fricciones entre sus miembros y los francmasones «ortodoxos», que rechazaban oficialmente la proposición de unos orígenes templarios y a quienes irritaba más especialmente la afirmación de von Hund de que «todo masón es un templario». Pero hubo algo todavía más preocupante, que fueron las sospechas que suscitaban entre las autoridades, ya que corrían numerosos rumores de que los templarios tenían un plan secreto para tomar venganza contra la monarquía francesa y contra el papado por la disolución de su orden y la ejecución de Jacobo de Molay.

A causa de todo esto fue preciso celebrar en 1778 una convención de masones «templaristas», que se reunió en Lyon y creó el Rito Escocés Rectificado, y acogida a éste una Orden interior llamada de los Chevaliers Bienfaisants de la Cité Sainte, que a fin de cuentas no era sino otro modo de decir «templarios».55

Influencia importante de la convención de Lyon —y del esoterismo francés subsiguiente— fue el filósofo ocultista Louis Claude de Saint-Martin (1743-1804).

Aunque personalmente se consagró al celibato, según parece, su filosofía se centraba en una veneración de lo Femenino representado por Sophia, a quien consideraba «la forma femenina del Gran Arquitecto».56 El «martinismo» fue la filosofía oculta más seguida, no sólo en aquellas escuelas de la masonería oculta sino asimismo en las sociedades rosacruces francesas del siglo XIX, de las cuales hablaremos más extensamente en el próximo capítulo.

Algunos años después de la asamblea de Lyon, en 1782 se reunió otra gran conferencia masónica, esta vez con asistencia de representantes de los grupos masónicos de toda Europa y celebrada en Wilhelmsbad de Hessen bajo la presidencia del duque de Brunswick. Sus finalidades, entablillar las graves fracturas en el seno de la masonería y resolver de una vez por todas la cuestión de las relaciones entre la francmasonería y los caballeros templarios. Las conclusiones fueron humillantes para el barón Von Hund, quien había acudido a defender la tesis templaria, y significó el práctico fin de la Observancia Templaria Estricta.

Sin embargo los templaristas ganaron una batalla, y fue que la conferencia votó la admisión del Rito Escocés Rectificado, que venía a ser lo mismo que la Observancia Templaria Estricta aunque bajo otro nombre.

En la francmasonería oculta son importantes también los sistemas conocidos como de «Rito Egipcio»; luego llegarían a serlo asimismo para nosotros en orden a nuestra investigación. Pero todos derivan de la Observancia Templaria Estricta en la que Von Hund tenía puestas todas sus complacencias, y por tanto muy estrechamente vinculadas al Rito Escocés Rectificado.

Se diferencian de la corriente principal de la masonería, según la imagen que tenemos de ella, por la atención especial que dedican al principio femenino (en algunas de sus formas admiten logias femeninas activas). Todos los francmasones reverencian al misterioso «hijo de la viuda». En los Ritos Egipcios, la «viuda» es Isis.57

El Priorato de Sión, que también declara un gran interés hacia Isis, empezó como círculo interior de la orden templaria según sus propias afirmaciones; como es lógico, desarrolló en el decurso de los años y adquirió otras asociaciones esotéricas, algunas de las cuales son bastante reveladoras por sí mismas. Parece que fue una influencia destacada la de Jacques-Étienne Marconis de Nègre (1795-1865), que fue fundador de uno de los Ritos Egipcios de la francmasonería oculta en 1838, llamado el «Rito de Menfis», el cual también se remitía a la tradición «templarista» de Von Hund.

Marconis de Nègre trazó para su organización un complicado «mito fundacional» en el cual planteaba la acostumbrada pretensión grandilocuente que retrotraía el rito a la antigüedad y a un grupo llamado la Sociedad de los Hermanos Rosacruces de Oriente. El cual a su vez había sido fundado por un sacerdote de la antigua religión egipcia, llamado Ormus, que se convirtió al cristianismo gracias a la persuasión de san Marcos, y entre cuyos discípulos hubo miembros de la secta esenia.58

El mito de Ormus plantea cuatro influencias: la rosacruz, la egipcia, la esotérica judía del género cabalístico (pues se creía, no se sabe si con fundamento o no, que los esenios habían sido cabalistas) y la cristiana, ésta quizá de alguna especie herética. 

Lo que nos interesó en realidad de esa leyenda fue lo que también saben los lectores de The Holy Blood and the Holy Grail: que el Priorato de Sión adoptó como «subtítulo» este nombre de «Ormus». Más adelante nos enteramos de que desde su primera aparición, la historia de Ormus estuvo relacionada con la Orden de la Cruz Oro y Rosa en 1770 cuando se convirtió en logia de la Observancia Templaria Estricta. Pero como veremos luego, hay en todo esto un trasfondo con muy extensas implicaciones por lo que se refiere a nuestra investigación.59

Dicho lo anterior tal vez no sorprenderá que existan sociedades que pretenden ser las sucesoras oficiales de los templarios. Muchas de ellas podemos descartarlas fácilmente, si bien la Orden Antigua y Militar del Templo de Jerusalén presenta credenciales persuasivas y dignas de ser tenidas en cuenta. Con sede en Portugal actualmente, dice dedicarse a obras de caridad y estudios históricos, aunque hay un grupo escindido que opera desde una población suiza con el evocador nombre de Sión.60 Pero los orígenes de esa forma resurgida estuvieron en Francia.

La Orden Antigua y Militar del Templo de Jerusalén fue fundada en 1804 por un doctor con el sonoro nombre de Bernard Raymond Fabré-Palaprat, que decía estar autorizado por la Carta de Transmisión de Larmenius, o como suele decirse abreviadamente, la Carta Larmenius. De ser eso cierto, desde luego constituiría una buena prueba de que Fabré-Palaprat era realmente del auténtico linaje templario, porque esa certificación fue escrita supuestamente en 1324 por Johannes Marcus Larmenius, quien recibió del mismo Jacobo de Molay el nombramiento de Gran Maestre. También se dice que el documento lleva las firmas de todos los Grandes Maestres subsiguientes de la orden, lo cual llama la atención si se acepta el criterio de que después del martirio de aquél no hubo ninguno más.

Como era de prever los historiadores rechazan la Carta tildándola de falsificación.61 E incluso los autores de mentalidad más abierta, como Baigent y Leigh, la consideran una impostura.62 Pero por lo general los críticos no la han visto en realidad, sino que basan sus objeciones en una traducción decimonónica del latín original.63 (El documento escrito en latín es una trascripción basada en un código cuya clave es la geometría de la cruz templaria.)

Uno de los motivos para creer que sea una falsificación es precisamente la calidad del latín, demasiado bueno para la época —como se sabe, el latín medieval era muy deficiente—, pero lo sucedido en realidad fue que el traductor corrigió la sintaxis. Los críticos observaron también que la lista de declaraciones de Grandes Maestres se repetía exactamente, palabra por palabra, coincidencia difícil en un lapso tan largo como el de 13241804; pero una vez más, fueron normalizadas al transcribirlas y eran todas diferentes en el original. Se caen por la base, en consecuencia, los dos motivos principales para rechazar la Carta Larmenius.64

Otra de las críticas dirigidas contra la Carta se refiere a un pasaje en el que carga contra los «desertores templarios Escotos», los cuales, augura Larmenius, serán «fulminados por un anatema» (junto con los caballeros hospitalarios). Suponiendo que aquellos cismáticos eran masones de la Observancia Estricta del barón Von Hund, los historiadores ven ahí otra demostración de la falsedad de la Carta, porque creen que el barón inventó la «transmisión escocesa» alrededor de 1750. Pero se perfila un panorama muy diferente si dijo la verdad sobre los auténticos orígenes de los francmasones. 

De hecho la Orden Antigua y Militar del Templo asegura que la Carta existía por lo menos cien años antes de su publicación por Fabré-Palaprat, cuando Felipe, duque de Orleans —el mismo que luego fue regente de Francia—, la invocó al efecto de justificar su autoridad para reunir en Versalles una asamblea de miembros del Temple. De ser cierto, tal acontecimiento constituiría en sí mismo una prueba de la continuidad de la presencia templaria en Europa continental. (Este duque de Orleans fue el que introdujo al caballero Ramsay en la Orden de San Lázaro.)

Además de la Carta Larmenius, Fabré-Palaprat tenía en su poder otro documento importante cuya autenticidad tampoco quiere admitir la mayoría de los comentaristas. Se trata del Levitikon, una versión del Evangelio de Juan con matices de carácter flagrantemente gnóstico, que él dijo haber encontrado en una librería de viejo. Demasiada casualidad, diríamos una vez más, pero si el documento fuese auténtico entenderíamos mejor que se considerase necesario guardar secreto sobre buena parte de los conocimientos gnósticos. Porque esa variante del Evangelio de Juan llamada el Levitikon —según algunos data del siglo XI, que ya es antigüedad—65 cuenta una historia bastante distinta de la que hallamos en el más conocido libro del Nuevo Testamento atribuido al mismo autor.

El Levitikon le sirvió a Fabré-Palaprat como base para la fundación de su Iglesia Neotemplaria de San Juan en 1828. A su tiempo recibió en ella a los seguidores que tenía y cuando murió, diez años más tarde, le sucedió un francmasón de los grados superiores, sir William Sydney Smith, un héroe de las guerras napoleónicas.

Traducido del latín al griego, el Levitikon consta de dos partes.66 En la primera figuran las doctrinas religiosas que debe recibir el iniciado así como los ritos relativos a los nueve grados de la Orden templaria. Describe la «Iglesia de san Juan» y explica por qué se llaman a sí mismos johannites, «juanistas» o «cristianos de origen».

La segunda parte es como el Evangelio normal de Juan salvo algunas omisiones significativas. Faltan los capítulos 20 y 21, los dos últimos del Evangelio. También suprime todo asomo de lo milagroso en sucesos como la conversión del agua en vino, la multiplicación de los panes y de los peces, y la resurrección de Lázaro. Y elimina ciertas alusiones a a san Pedro, entre éstas las palabras de Jesús «sobre esta piedra edificaré mi iglesia». 

Aunque esto ya sea bastante asombroso, lo son más, o escandalosas dirían muchos, las adiciones que contiene el Levitikon: se describe a Jesús como un iniciado en los misterios de Osiris, la deidad egipcia principal de la época. 

Osiris fue el consorte de su hermana, la bella diosa Isis, entre cuyos atributos figuraban el amor, la sanación y la magia. (Este tipo de relación, aunque hoy lo juzguemos repugnante, formaba parte de la tradición faraónica, y le parecería perfectamente normal a cualquier creyente del antiguo Egipto.)

Su hermano Set le envidió la posesión de Isis y conspiró para matar a Osiris. Lo cual consiguieron los sicarios de Set, que despedazaron el cuerpo de aquél y esparcieron sus restos. Terriblemente afligida, Isis recorrió el mundo para buscarlos con la ayuda de la diosa Neftis, quien, aunque esposa de Set, desaprobaba el crimen. Las dos diosas recobraron todos los pedazos del cuerpo de Osiris excepto el falo. Isis rehizo el cuerpo y con ayuda de un falo artificial concibió mágicamente y dio a luz el infante Horus.

En algunas versiones de la leyenda tuvo más tarde una aventura con Set, cuya motivación no se ve clara, si bien parece que debió de intervenir algún elemento de venganza en esa relación. Esta unión enfureció a Horus, que era ya un muchacho, por considerarla una ofensa a la memoria de su padre Osiris. Entonces desafió a Set y lo mató, perdiendo un ojo en la pelea. Pero sanó y el Ojo de Horus se convirtió en el talismán mágico favorito de los egipcios.

El Levitikon, además de sentar la extraordinaria afirmación de que Jesús fue un iniciado del culto de Osiris, asegura también que había transmitido sus conocimientos esotéricos a Juan, el «discípulo predilecto». Y continuaba afirmando que, por más que Pablo y los demás Apóstoles hubiesen fundado la Iglesia cristiana, ellos no eran los conocedores de las auténticas enseñanzas de Jesús. No habían sido admitidos a su círculo interior. Según Fabré-Palaprat fueron las enseñanzas secretas, en la forma transmitida al discípulo amado, las que los caballeros templarios conservaron, y acabaron por sufrir esa influencia.

Recoge el Levitikon una tradición supuestamente preservada de generación en generación por una secta, o Iglesia, de cristianos de san Juan en el Próximo Oriente. Éstos decían ser los herederos de la «enseñanza secreta» y verdadera vida de Jesús, a quien llamaban «Yeshu el Ungido». En realidad, si existió esa secta la versión de la vida de Jesús que tenían era tan heterodoxa que uno se pregunta para qué se llamarían «cristianos».

Pues según ellos, no sólo Jesús fue un iniciado de Osiris sino que además era un hombre corriente y no el Hijo de Dios. Decían que fue hijo ilegítimo de María; así pues, ni hablar de nacimiento milagroso de una Virgen, doctrina que según ellos era una ficción ingeniosa, por más que insultante para la razón, que habían inventado los autores de los evangelios con intención de ocultar la ilegitimidad de Jesús, cuando en realidad la madre no tenía ni la menor idea de quién había sido el padre.

Según las creencias de la secta de Juan, el título de «Cristo» no era exclusivo de Jesús, ya que la palabra griega original Christos significa, sencillamente, «el Ungido» y esto podía aplicarse a muchos, incluso a los reyes y a los funcionarios del Imperio romano. Consecuentes con ello los dirigentes juanistas reclamaban el título de «Cristos» para sí mismos. (También el Evangelio de Felipe, uno de los textos de Nag Hammadi, llama Cristos a todos los iniciados gnósticos.)67

Se dijo que este grupo había sido una secta gnóstica que guardó varios secretos esotéricos, entre ellos los de la cábala. Y además concibieron un plan para transformarse en una organización clandestina destinada a ser (en palabras del escritor decimonónico Éliphas Lévi) «el recipiente único de los grandes secretos religiosos y sociales, capaz de hacer reyes y pontífices sin exponerlos a las corrupciones del poder»,68 es decir, una organización mistérica que no estaría expuesta a los altibajos e incertidumbres de la política ni de los cambios sociales en el decurso de los años.

Su instrumento iban a ser los caballeros templarios, y Hugo de Payens y los demás fundadores habían sido, efectivamente, iniciados de la Iglesia de Juan. Pero los templarios se corrompieron a su vez por afán de riquezas y de poder, razón por la cual fue necesario que desaparecieran. El rey francés y el papa no podían permitir que se divulgase la verdadera naturaleza del peligro templario, y por eso inventaron las inculpaciones de idolatría, herejía y deshonestidad. Pero antes de ser ejecutado, Jacobo de Molay, siempre citando palabras de Éliphas Lévi, «organizó e instituyó la Masonería Oculta».69

De ser verdaderos esos asertos sufriría un vuelco espectacular la versión aceptada de la Historia. Se habría descubierto el vínculo directo y autorizado entre cierto tipo de francmasonería y los antiguos templarios, de lo cual bien podríamos deducir que esos masones en particular tenían algo que enseñarnos en cuanto a la sabiduría templaria.

Como acabamos de ver, Éliphas Lévi en su Historia de la magia dedicó un apartado a la tradición juanista descrita en el Levitikon. La primera vez que leímos aquella obra manejábamos la traducción de A. E. Waite al inglés, pero luego nos tropezamos con otra versión del mismo pasaje en un libro de Albert Pike, el erudito estudiosos de la masonería y Gran Maestre del Rito Escocés Antiguo y Aceptado en América, Morals and Dogma of the Ancient and Accepted Scottish Rite of Freemasonry (1871). Hay varias diferencias entre ambas versiones, pero ¿cuál de ellas era la auténtica?

Las cotejamos con la edición original francesa de la obra de Lévi,70 y hallamos que Pike había introducido ciertas adiciones o correcciones de su cosecha, probablemente basadas en su propia interpretación de esa tradición. Por ejemplo, reproduce la última parte de la histórica frase que hemos citado antes diciendo «Masonería Oculta, Hermética o Escocesa».71

También corrige palabras de Lévi relativas a una relación entre los templarios juanistas y los rosacruces. Lo que escribió Lévi fue, en la traducción fiel de A. E. Waite:

Los sucesores de los antiguos rosacruces, modificando poco a poco los métodos austeros y jerárquicos de sus precursores en la iniciación, se habían convertido en una secta mística y abrazaron celosamente las doctrinas mágicas templarias, en virtud de lo cual se consideraban únicos depositarios [sic] de los secretos insinuados en el Evangelio según san Juan.72

Pike, y esto es revelador, corrigió la frase aquí puesta en cursiva de esta manera:

[...] y se unieron con muchos de los templarios, entremezclándose el dogma de ambos [...].73
Los cambios de Pike son significativos porque, mientras Lévi era un observador y comentador del mundo ocultista y masónico, pero espectador externo en cierta medida, aquél en cambio estaba introducido, y mucho. Por eso consideró necesario corregir la versión de Lévi, y en vez de decir que los rosacruces adoptaron «doctrinas templarias» Pike asegura que llegaron a unirse con los grupos templarios sobrevivientes.

Pero la modificación más notable de Pike introduce un elemento enteramente nuevo. Después de la frase donde dice que Jacobo de Molay instituyó la «Masonería Oculta, Hermética o Escocesa», agrega Pike que dicha orden:

adoptó a san Juan el Evangelista como uno de sus patronos asociándole, para no suscitar las sospechas de Roma, a san Juan el Bautista [...].74

Esto es curioso, y aun nos parece poco decir. Atendido que tanto Juan el Evangelista como Juan el Bautista son santos católicos reconocidos, ¿por qué era necesario que la veneración dirigida a uno de ellos sirviera de «tapadera» para la del otro? Y sin embargo Pike, el más erudito de los estudiosos de la masonería, no habría introducido esa información al reproducir un pasaje del libro de otra persona si no hubiese tenido sus buenos motivos para ello. Nos pareció evidente la necesidad de seguir profundizando en ese tema juanista dentro de la tradición masónica.

Como vimos en el capítulo anterior, A. E. Waite había aludido a una «tradición juanista» que influyó en las leyendas del Grial, lo cual nos pareció extrañísimo al principio. Pero ahora empezaba a encajar: está claro que esa «tradición juanista» tiene alguna relación o con Juan el Evangelista, o con Juan el Bautista.

Ese hilo oculto desde luego no era una novedad en nuestra investigación. Hemos encontrado también una «tradición juanista» entre los temas principales del Priorato de Sión, claramente vinculada a un san Juan, aunque para ellos, según hernos creído averiguar es san Juan Bautista el que prevalece.

Como se mencionó en el capítulo 2, el Priorato asegura que Godofredo de Bouillon se reunió con los delegados de una misteriosa «Iglesia de Juan» por otro nombre llamados los Hermanos de Ormus, y como resultado de dicho encuentro se decidió formar un «gobierno secreto». A su tiempo fueron creados los caballeros templarios y el Priorato de Sión como partes de ese plan maestro. Hay que hacer hincapié de nuevo en que, al menos según esa versión, tanto el Priorato como los templarios se crearon conforme a los ideales de la misteriosa Iglesia de Juan.

Aparte algunos detalles secundarios, este relato es idéntico al del Levitikon, y establece cuando menos que el moderno Priorato y los templarios forman parte de la misma tradición.

El concepto de los templarios como organización secreta con autoridad para poner y quitar reyes tiene su paralelismo en los caballeros templarios del Grial según la versión del Parzival de Wolfram von Eschenbach, y, ciertamente hay indicios de que los templarios pretendieron ese derecho.75 El problema es que la mayoría de esas reivindicaciones exóticas de un pedigrí histórico milenario, en realidad sólo se retrotraen a las organizaciones neotemplarias del siglo XIX.

Pero cobrarían consistencia si apareciesen indicios independientes que confirmasen la relación entre sus movimientos y otras organizaciones que demostradamente estuviesen ahí siglos antes, como ocurre con el vínculo entre rosacruces y masones.

Otra dificultad estriba en que se plantean dos pretensiones distintas. La una, que ciertas formas de la francmasonería son descendientes directas de los templarios. La otra, que los mismos templarios eran continuación de una tradición más antigua, herética, y que nos lleva a la época de Jesús. Por desgracia, ni aunque se demuestre lo primero no significa que lo segundo sea automáticamente cierto.

La insistencia alrededor de una versión no canónica del Evangelio de Juan desde luego incita a la reflexión, aunque parece darse alguna confusión entre Juan el Evangelista y, Juan el Bautista. Como hemos visto, Albert Pike cae en el absurdo cuando dice que los masones utilizaron al Bautista para encubrir su veneración secreta por Juan el Evangelista. ¿Por qué iban a ocultar su reverencia hacia ningún santo, cuando ambos son perfectamente aceptables para la Iglesia? Lo único que consigue Pike es llamar la atención sobre ambos Juanes y, envolverlos en un aura de misterio e intriga. Tal vez era ésa su intención. En otro lugar A. E. Waite cita unos escritos masónicos acerca de la masonería juanista, que se pretende a su vez relacionada con una cristiandad juanista centrada en la figura del Bautista, a quien considera «el único profeta verdadero».76

Tenemos, pues, que Juan el Bautista era el santo patrono tanto de los caballeros templarios como de los francmasones. Es así que la Gran Logia de Inglaterra se fundó un 24 de junio, día de san Juan Bautista. Y que todo Templo masónico tiene en el suelo dos líneas paralelas: la una representa la vara de Juan «el Evangelista» (suponiéndose que éste es la misma persona que Juan, «el discípulo predilecto»), mientras que la otra simboliza la vara del Bautista. Está claro que ambos Juanes revisten particular importancia para la fraternidad, aunque la prioridad corresponde al más antiguo de los dos.

Pero hay más, y es que juran por los santos Juanes,77 aunque los masones hoy día, según confiesan ellos mismos, no tienen ni idea de por qué se venera tanto a los dos. Pudiera ocurrir que con los años hubiese cundido alguna confusión entre ambos personajes bíblicos, y que el término de johannite comúnmente entendido como seguidor del Predilecto se refiera en realidad a los del Bautista.

Pero con independencia de si el Juan reverenciado por los masones es el joven o el viejo —o ambos—, hay un nombre que brilla por su práctica ausencia en las logias, y es el del mismo Jesús, que no tiene una presencia destacada. Se suele decir que esto obedece a que los masones no son primordialmente una organización cristiana; basta que uno se declare teísta para ser admitido. Pero en este caso, ¿por qué dedican tanta veneración a unos santos cristianos como son los Juanes?78

La idea de que el Evangelio de Juan contiene secretos arcanos, o que existe otra versión del mismo, recurre en el decurso de esta investigación. Se ha dicho que los cátaros poseyeron una variante herética y esto se convirtió en una obsesión para sir Isaac Newton. (Como ha escrito Graham Hancock, «[...] pese a sus arraigadas convicciones religiosas y gran devoción, a veces parece que viese en Cristo a un hombre especialmente inspirado... pero no al Hijo de Dios».)79

De manera que tanto los francmasones del Rito Escocés como los templarios de la «transmisión Larmenius» conservaron tal vez los secretos originarios de los freires, y por ambas vías éstos se retrotraen a la «secta de Juan». Aunque no se halla nada especialmente juanista en los Ritos Egipcios de la francmasonería, todos estos sistemas derivan de la Observancia Templaria Estricta del barón Von Hund. Y el Priorato de Sión se vincula con los tres sistemas.

Hemos mencionado que Pierre Plantard de Saint-Clair ha dicho que el propósito de la orden del Temple era «ceñir espada por la Iglesia de Juan y portar el estandarte de la primera dinastía, las armas que obedecieron al espíritu de Sión».

El resultado de ese gran designio sería un «renacimiento espiritual» que «transmutaría toda la cristiandad». Es obvio que eso no ha ocurrido... y sin embargo, nuestras investigaciones demuestran que la revelación susceptible de traer un cambio tan portentoso existe y espera la hora de hacer su espectacular entrada en la escena mundial, sea bajo la forma del Priorato, sea bajo la de alguna escuela mistérica aliada de tipo juanista.80

En cualquier caso, hemos alcanzado un resultado bastante notable: empezábamos con la aparente obsesión de Leonardo por Juan el Bautista y hemos reseguido ese leve indicio hasta dar con el Priorato de Sión, que también tenía algo que ver con ese santo. No era mucho, de momento, pero al seguir las pistas desde los templarios hasta los masones y luego hasta los demás grupos ocultos, se nos revela una conexión mucho más convincente. Es la herejía juanista lo que aparece bajo los distintos disfraces del panorama ocultista clandestino, y también el Priorato pertenece a esa tradición según ellos mismos confiesan.

Quedaban sin respuesta todavía muchas preguntas importantes, pero empezaba a perfilarse un cuadro coherente, en el que Juan el Bautista aparecía relacionado con una tradición oculta y mantenida por vías muy diversas e intrincadas. Esto, sin embargo, era sólo una parte de lo que se concretaba como una herejía con dos temas principales, siendo el otro la veneración secreta de la Diosa, o del principio de lo Femenino.

Por supuesto resulta difícil conciliar ese otro tema con las formas externas de ciertas organizaciones, como los mismos francmasones, que revisten una exclusividad masculina excepcional. Pero es evidente que vale la pena poseer los secretos que se ocultan detrás de esos temas —el de lo Femenino y el de los sectarios de Juan—, cuando vemos que fueron defendidos, guardados y protegidos a todo evento y además suscitaron especial hostilidad por parte de la Iglesia de Roma.

Esto último no debe sorprender mucho porque la segunda pista de los secretos esotéricos antiguos, la veneración de lo Femenino, adoptó en seguida formas de magia sexual trascendental con todas las implicaciones del poderío inherente a la mujer.

por Lynn Picknett y Clive Prince
del Sitio Web Scribd
Veritas-boss

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