jueves, 17 de septiembre de 2015

Casos curosos: Mascotas que salvaron la vida de sus dueños

CASOS CURIOSOS: MASCOTAS QUE SALVARON LA VIDA DE SUS DUEÑOS

El uso de animales para ayudar a detectar enfermedades puede sonar a charlatanería, pero está ganando apoyo entre los científicos.

Después de que un pequeño estudio demostrara que los perros especialmente entrenados pueden olfatear el cáncer de próstata en el 93% de los casos, el mes pasado se anunció que el Hospital Universitario de Milton Keynes había dado el visto bueno para que se utilicen perros continuar con dichas pruebas.

Actualmente, a los hombres de los que se sospecha que pueden padecer cáncer de próstata, se les hacen pruebas para detectar los niveles de una proteína llamada antígeno específico de próstata (PSA), para ver si hacen falta pruebas posteriores para confirmar el diagnóstico.

Sin embargo, el PSA es muy poco fiable y puede dar falsos positivos. Las pruebas han demostrado que los perros pueden olfatear los tumores con mucha más precisión que estos tests.

Recientemente, se realizó un estudio en Italia, con dos perros pastores alsacianos entrenados para olfatear el cáncer. Los perros olfatearon muestras de orina de 900 hombres, 360 de ellos con cáncer de próstata y 540 sanos y detectaron los casos de enfermedad en el 97% de los casos.

Pero los animales no detectan sólo el cáncer. Los estudios han demostrado que los perros pueden detectar otras enfermedades, desde los mínimos de azúcar en diabéticos a estados previos a crisis epilépticas.

La razón por la que los perros pueden hacer esto es que disponen de narices increíblemente sensibles que contienen 300 millones de receptores olfativos. Los humanos, en cambio, sólo tienen cinco millones.

Y no son sólo los perros que parecen ser capaces de detectar la enfermedad.

En este artículo, podemos hablar de cuatro personas cuyas mascotas les han ayudado a salvar sus vidas.

MONTY, EL TERRIER QUE OLFATEÓ UN TUMOR EN EL CUELLO

Martin Kelly, de 71 años, fue diagnosticado de cáncer de garganta después de que su perro Monty, un bull terrier miniatura, no parara de lamerle el cuello.

Según Kelly:

“Miro atrás y pienso que si Monty no hubiera entrado en nuestras vidas, yo no estaría aquí.

El perro nos lo dio un amigo de España, que salía del país.

A pesar de haber tenido perros durante toda nuestra vida, Linda y yo habíamos decidido no tener ninguno más debido a nuestra edad, pero cuando nos lo ofrecieron y vimos ese cachorrito de diez meses, no pudimos negarnos.

A pesar de que en realidad era el perro de mi esposa, él me seguía a todas partes todo el tiempo.

Por la noche, cuando estaba viendo la televisión, tenía el hábito de saltar a mi lado y lamerme el cuello. Lo hizo prácticamente desde el primer día que llegó, siempre lamiendo el mismo lugar en el lado derecho.

Me di cuenta de que tenía una pequeña inflamación elevada donde Monty me lamió. Pensé que tal vez se debía a que el animal me había pasado algunos gérmenes, pero yo no estaba preocupado ya que no me sentía mal. Era un bultito muy pequeño.

En mayo de 2013, sin embargo, tuve que ir al médico por un problema médico menor y mientras estaba allí, le pregunté al doctor si quería echarle un vistazo a mi cuello. Me sorprendió cuando me dijo que yo debía ir directamente al hospital a ver a un especialista en oído, nariz y garganta.

Vi las palabras “urgente” en mis notas, y cuando ves eso, piensas lo peor.

Me hicieron una biopsia y determinaron que tenía un cáncer de garganta. Cuando dicen la palabra ‘cáncer’, te entra el pánico, pero lo habían detectado en la primera etapa y me dijeron que podían curarlo.

Cuando llegué a casa, Monty estaba allí para consolarme. Me hizo compañía durante todo el tratamiento; era como si supiera que necesitaba todo su apoyo.

En junio de 2013, me extirparon el tumor, seguido de quimioterapia y 45 días de radioterapia.

Fue agotador, pero Monty me motivó a salir de la casa, porque todavía le sacaba a pasear todos los días. Y si no hubiera sido por él, no habría tenido ni idea de que tenía algo malo hasta que el cáncer hubiera estado mucho más avanzado. Afortunadamente, los médicos dicen que estoy libre del cáncer”.

LAS CARICIAS DE LA YEGUA MYRTLE

Helen Mason, de 38 años, fue diagnosticada con cáncer de mama en julio de 2011 después de que su caballo, Myrtle, la empujara repetidamente con el hocico en el pecho.

“Mi yegua sabía que tenía cáncer antes que yo, no hay duda de ello”.

Hay muchas evidencias de que los caballos tienen un buen sentido del olfato. Quizás no tan bueno como los perros, pero no se queda atrás y puede ser que ella pudiera oler el tumor. En el momento de mi diagnóstico, me sentía absolutamente bien, pero Myrtle había estado acariciándome con el hocico repetidamente mi lado izquierdo del pecho.

Eso en sí mismo no era extraño, pero por lo general, Myrtle solo acariciaba con el hocico mi bolsillo derecho, donde guardaba sus golosinas.

Pero durante un par de semanas más o menos, me acarició en el lado izquierdo cada vez que la veía, empujando tan fuerte que me dolía.

Fue en agosto de 2011 que decidí ir al médico de cabecera. Cuando Myrtle me daba empujones, yo ya tenía unos hoyuelos en la piel de mi pecho izquierdo y pensé que debía revisarlos. Mirando hacia atrás, creo que fueron los empujones de Myrtle los que me animaron a hacerme la revisión.

Fuí diagnosticada con cáncer de mama en julio de 2011.


Durante mi tratamiento, Myrtle tuvo que quedarse en el patio de mi amigo, pero la sola idea de volver ser capaz de verla y montarla me hacía salir de casa después de cada tratamiento de quimioterapia y me hizo mantenerme fuerte.

Afortunadamente, el tratamiento funcionó.

Durante mi tratamiento le hice una promesa a Myrtle. Le dije: “Vamos a envejecer juntas” y eso me ayudó a creer que lo haríamos”.

EL CASO DE ERNIE Y BANJO

Kate Arnett, de 48 años, estaba luchando por respirar cuando sus perros Banjo y Ernie la ayudaron.

“Si no fuera por mis dos maravillosos perros, ahora sería un vegetal o estaría muerta. Tengo varias enfermedades autoinmunes derivadas del trauma de ser atropellada por un coche en 1996.

Tengo artritis inflamatoria en todas las articulaciones, lo que ha reducido severamente mi movilidad. Utilizo una silla de ruedas fuera de la casa. Tengo una enfermedad autoinmune que debilita los tendones y las articulaciones, y un síndrome que me predispone a la formación de coágulos sanguíneos y accidentes cerebrovasculares.

Lo que es más, en diciembre de 2011, los médicos me dijeron que los músculos a cada lado de mi diafragma estaban desgastados. Eso significaba que mi diafragma estaba paralizado de manera efectiva y tuve que empezar a usar oxígeno.

Por la noche, me pongo una máscara de oxígeno y, a causa de la reducción de la capacidad pulmonar, tengo que dormir apoyada en un ángulo de 45 grados para obtener suficiente aire.

Mis perros me hacen la vida más fácil. Ernie es un perro de asistencia a la discapacidad que ha estado conmigo durante diez años. Está entrenado para ayudarme a vestir, a meter o sacar cosas de la lavadora y acompañarme cuando salgo de casa. Él debió retirarse a los diez años, así que hace dos años, cuando Ernie se acercaba a esta edad, traímos a Banjo, esperando que él se haría cargo de los deberes de Ernie.

Los perros duermen en mi dormitorio, con Ernie en mi cama y Banjo debajo. Esa noche de marzo de 2013, me deslicé fuera de la cama y se me cayó la máscara de oxígeno.

No sé cuánto tiempo estuve en esa posición, pero recuperé la conciencia cuando mis perros empezaron a lamerme frenéticamente la cara y el cuello.

Como había estado privada de oxígeno, tuve un terrible dolor de cabeza, no podía pensar con claridad, no tenía energía y tenía muchos problemas para respirar. Lo único que pude hacer fue murmurar el nombre de Gavin, mi marido y, por suerte, se despertó.

Tan pronto como vio a los perros a mi alrededor, corrió y me puso la máscara de oxígeno de nuevo.

Lo extraordinario es que los perros no están entrenados para reaccionar de esa manera. Si no hubieran hecho lo que hicieron, podría haber muerto. Me sentí muy débil por unos días, pero podría haber sido mucho peor. Estoy muy agradecida por lo que hicieron mis perros”.

EL GATO SALVADOR

Cuando Susan Marsh-Armstrong, de 51 años, perdió el conocimiento, su gato Charley consiguió ayuda.

“Desde que tenía 12 años, he sufrido de diabetes tipo 1. Significa me debo poner una inyección de insulina dos veces al día y comprobar mi nivel de azúcar en la sangre después de la cena por la noche.

Cuando baja demasiado, me convierto en alguien incoherente, empiezo a sudar, a sentirme mareada y tengo visión de túnel. Da miedo, pero por lo general me como una galleta y pasa al momento.

Pero justo antes de la Navidad de 2011, tuve un día de compras muy ocupado. Habíamos comido un bocadillo para comer y en casa sólo tenía una ensalada para la cena. Mi mente estaba tan centrada en la planificación de la Navidad que me olvidé de comprobar mi azúcar en la sangre.

Caí en la cama agotada y Charley mi gato se acercó a darme las buenas noches. Mi gata tiene 13 años ahora, pero cuando me la dieron era tan pequeña, que tuve que enseñarle a comer.

Mi marido Kevin me dice que durante esa noche se despertó porque Charley le estaba tocando la cara con la pata, algo que nunca había hecho antes. Él trató de apartarla, pero la gata insistió persistió. Entonces se dio cuenta de que yo no estaba en la cama. Charley corría hacia el baño y volvía otra vez al dormitorio, tratando de guiarlo hasta que mi marido comprendió su mensaje.

Kevin me encontró tirada en el suelo del baño. Comprobó mi azúcar en la sangre, que debería haber estado entre cinco y ocho, pero apenas estaba por encima de cero. Yo estaba en un coma diabético. Él me dio una inyección de glucagón para elevar mis niveles de glucosa en la sangre y me hizo un café muy dulce.

Si Charley no hubiera despertado a Kevin y yo me hubiera quedado en el suelo con mi azúcar en la sangre casi a cero por más tiempo, podría haber sufrido daños cerebrales o incluso podría haber muerto. Mi gata me salvó la vida”.

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