martes, 1 de septiembre de 2015

El Arancel Catalan ( y II)

ARANCEL FIGUEROLA DE 1869 

Laureano Figuerola Ballester

Un arancel es un impuesto que se aplica a los productos extranjeros, para proteger a los productos propios del país. Lo que vendríamos en llamar una política proteccionista. Se protegen los productos propios, elevando mediante impuestos los productos que llegan de fuera. La liberalización del comercio exterior ha pasado a ser, junto con la creación de la peseta y la reforma monetaria, el emblema de la gestión del catalán Laureano Figuerola Ballester (1816-1903, ministro de Hacienda en el gobierno del general Serrano). El arancel de 1869 ha pasado a la historia poco menos que como la obra cumbre de Figuerola, para bien en el caso de algunos —de casi todos ahora a comienzos del siglo XXI— o para mal en el caso de otros, sobre todo en el momento en que se realizó la reforma. El propósito era llegar a un tipo fiscal del 15%, pero tras sucesivas rebajas y a través de un proceso que diese tiempo a los agentes económicos a adaptarse a la nueva situación. Considerado en el conjunto de la política económica de Figuerola, el arancel tenía una finalidad doble.

Por una parte, la reducción de la fiscalidad sobre las importaciones, debía servir para ayudar a modernizar la estructura productiva española; así se comenzaba por rebajar los aranceles sobre los bienes de equipo y las materias primas para que eso permitiera que los más eficientes modernizasen sus estructuras productivas y, por consiguiente, fuesen más bajos sus costes de producción y, en definitiva, pudiesen hacerse con el mercado y ser los líderes de la nueva situación, además, en el medio plazo, el arancel liberalizador, o moderadamente librecambista, debía ser un estímulo para la competencia, porque para Figuerola la competencia era un factor esencial para el crecimiento económico. La competencia obliga a que los agentes estén atentos y que modernicen continuadamente su estructura productiva. De modo que a corto plazo el arancel permitía la modernización y, a medio y largo plazo debía permitir, vía el estímulo, que la competencia significara el crecimiento económico.

Por otra parte el arancel servía como elemento para aunar recursos a la Hacienda. Todos los librecambistas del siglo XIX tenían una enorme confianza en que los aranceles bajos, al estimular el comercio, en el fondo eran más rentables para la Hacienda que los aranceles elevados ya que éstos no generaban recaudación, los aranceles bajos, en cambio, la aumentaban. Así podía Figuerola cubrir, por medio del arancel, los recursos que la Hacienda perdiera por otras vías, por ejemplo con la supresión de los impopulares consumos. La vuelta de los liberales al poder se va a reflejar en la aprobación de una nueva Ley de Sociedades Anónimas en 1869, de corte liberal, y del famoso Arancel Figuerola, punto culminante de la política librecambista en España. Con este arancel se suprime la prohibición de importar y se establecen tres grupos arancelarios:

“Extraordinarios”, que significan entre un 30% y un 35% del valor de la mercancía en la frontera. Supone el máximo nivel de protección nominal legal.

“Fiscales”, con un 15% de la mercancía en la frontera.

“De balanza”, establecidos a efectos de control puramente estadístico.

La base quinta de la Ley arancelaria de Figuerola prevé que los derechos arancelarios extraordinarios (los más altos) serían inalterables por seis años, comenzando a reducirse después gradualmente, hasta que en 1881, quedarían reducidos a aranceles fiscales. La base quinta centrará la polémica entre el librecambio y el proteccionismo al provocar una fuerte reacción proteccionista. Estos últimos trataron de evitar que la situación de librecambio se hiciera irreversible. Se crea la Liga Proteccionista Española en 1869 y uno de los defensores de la protección, diez años después de haber entrado en funcionamiento, 

Pedro Bosch y Labrús (1827-1894), diputado catalán, muy proteccionista y destacado conservador, hizo una petición al ministerio para que se aboliese el arancel Figuerola, pero el ministro de turno, también del partido conservador, le contestó que con lo bien que estaban yendo las recaudaciones de Aduanas, a nadie se le podía ocurrir tocar el arancel en esos tiempos de penuria económica (en 1875 había estallado la tercera guerra carlista), sin embargo, aquél llega a afirmar contundentemente: “La base quinta supone la liquidación de la industria nacional”. La realidad fue que en los años 70 y 80 hubo un intenso proceso de crecimiento de las fábricas más importantes y modernas situadas casi todas en Cataluña. Habían desaparecido los tradicionales telares artesanales en el interior de España.

ARANCEL DE CÁNOVAS DEL CASTILLO DE 1892

Cánovas del Castillo

Nos vamos a referir al llamado Arancel Cánovas (1828-1897). Durante las décadas de 1860 y 1870, la industria textil catalana consigue expandirse, no en el resto de España, gracias a las externalidades generadas por la producción algodonera, como una excepción al escaso crecimiento del resto de sus sectores industriales. Sin embargo este crecimiento empieza a tocar techo durante la década de 1880, ya que el mercado interior estaba saturado y los mercados no coloniales podían acceder a productos más competitivos. La presión de los industriales textiles logró la promulgación de la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas en julio de 1882, a fin captar el mercado antillano en su totalidad para las industrias catalanas de bienes de consumo, añadiendo así este nuevo mercado al monopolio peninsular. Mediante esta disposición los puertos de Cuba, Puerto Rico y Filipinas pasaban a ser considerados de cabotaje y obligados por tanto a consumir dichos productos.

Por otra parte, los productos extranjeros ¡eran gravados con un arancel de entre el 40 y el 46%! Éste, sin embargo, sólo mantuvo satisfechos a los grupos de presión de la industria catalana “curiosamente”, hasta la década de 1890, en que se forzó el Arancel Cánovas para impedir las importaciones de textiles de otros países. La Ley de Relaciones Comerciales aseguró el mercado colonial a la industria textil algodonera hasta la derrota de 1898. Así, sus exportaciones se triplicarían entre 1870 y 1880. Por otra parte, los nuevos aranceles frenaron las importaciones de las manufacturas más competitivas del exterior, reduciéndose hasta una tercera parte en el período entre 1891 y 1901. En general, las exportaciones a las colonias crecieron a más del doble entre 1891 y 1898, correspondiendo a Cataluña (¡qué raro!)la mayor participación en ellas. Por otra parte, la desigualdad de las condiciones para el intercambio comercial entre la metrópoli y Cuba, desfavorable a ésta y que impedía el libre intercambio de productos, contribuyó a sublevar a la incipiente burguesía cubana, de modo que “fue un estímulo esencial de la revuelta que acabó con la presencia española en aquellas islas”. Fue una de las causas del comienzo de “la autonomía catalana”.

ARANCEL DE AMÓS SALVADOR DE 1906, EL MÁS PROTECTOR

Amós Salvador

Tras un intento en la Junta de Aranceles para restablecer los derechos diferenciales, fallido, abandonaron dicha Junta. En 1880 escenificaron un nuevo abandono, esta vez la Comisión de Información Arancelaria, que tenía que estudiar la situación de la industria lanera y cuyas conclusiones no les gustaron. Y como las desgracias nunca vienen solas, sobre este nuevo error estratégico proteccionista se cernió de nuevo la desgracia, pues el gobierno Cánovas, en el poder, dejó el sitio al gobierno Sagasta, de corte decididamente liberal. El 7 de julio de 1881, Sagasta, ante las graves diferencias existentes en torno a la reforma del arancel, decide dejar la cuestión en suspenso, pero sin derogarla. El objetivo de los librecambistas era que se aplicase la famosa base quinta de la reforma de 1869, la que establecía el progresivo desarme arancelario de las mercancías españolas.

Ante esta idea, los proteccionistas opusieron una estrategia obstruccionista en la que pretendían colocar en la legislación una provisión que claramente estableciese que ninguna reforma del arancel sería posible sin una amplia consulta a las fuerzas económicas y sociales y la aprobación de las Cortes; sistema que introducía una notable rigidez en la organización económica. Más allá, las organizaciones de productores catalanas respondieron con una movilización sin precedentes cuando se anunció la intención de negociar un acuerdo comercial con Inglaterra. Sólo el 26 de junio de 1881 se celebraron en Barcelona cinco mítines multitudinarios sobre el asunto. Algunas semanas después, en octubre, el gobierno liberal dejaba bien claro en las Cortes que pensaba llevar a cabo las ideas y estrategias que había defendido cuando estaba en la oposición.

Finalmente, el gobierno de Sagasta, a través de Juan Francisco de Camacho Alcorta (1813-1896), su ministro de Hacienda, presentó un proyecto de reforma económica dentro del cual se incluían, como medidas de comercio, el establecimiento de un régimen de cabotaje entre los puertos de la península y los de Cuba, Puerto Rico y Filipinas; y una progresiva reducción de aranceles en consonancia con la base quinta, si bien no se aclaraba el momento. La temperatura de la polémica subió de grado cuando el Consejo de Estado rechazó dicha reforma, por 14 votos contra 13. El empate primero fue deshecho por el presidente de la institución, que curiosamente era un catalán, Víctor Balaguer. Los librecambistas, a través de Camacho, reaccionaron como en el pasado, es decir haciendo uso de la potestad gubernamental de cerrar acuerdos de comercio.

Fruto de ello fue la firma el 6 de febrero de 1882 de un tratado comercial con Francia que fue recibido por la prensa especializada económica con el anuncio de que destruiría la industria catalana y preguntándose si había sido firmado como “venganza de no sabemos qué agravios”. El tratado con Francia fue, desde algunos puntos de vista, un intento de fomentar aquello que España tenía y que era competitivo en el extranjero; el vino. Aquellos proteccionistas decimonónicos sostenían unas ideas que eran muy intuitivas. Pero que el proteccionismo sea intuitivo no quiere decir que sea acertado. El problema que tiene, y que los proteccionistas no sabían ver, es que el proteccionismo deteriora la competitividad, hace a las industrias menos eficientes e imposibilita que puedan ganar mercados. No por casualidad, en aquella economía española que llevaba décadas luchando por un desarme arancelario que no terminaba de llegar (en realidad, no llegaría hasta 1986, con nuestra entrada en la Comunidad Económica Europea), los únicos productos verdaderamente competitivos eran aquéllos que lo eran por sus características esenciales, es decir los agrícolas, y muy notablemente el vino.

El acuerdo con Francia de 1882 marcó unas notables ventajas para el vino español en el mercado francés, a cambio de lo cual España otorgaba a Francia el estatuto de nación favorecida y establecía unos aranceles muy similares, y en casos inferiores, a los establecidos en la primera fase de la base quinta. En abril de 1882, cuando comenzó la discusión del acuerdo en las Cortes, Barcelona tuvo que ponerse bajo autoridad militar, a causa de los graves conflictos que allí se produjeron. El debate fue agrio. Un diputado apeló al ministro de Fomento de Alfonso XII, José Luis Albareda y Sezde (1828 – 1897), invitándole a que “se dé una vuelta por nuestras provincias y, sobre todo, por Cataluña, a la que se conoce en Castilla lo mismo que los franceses conocen a España, por las descripciones de Alejandro Dumas, y de la que hay formada, hasta por serios ministros de Fomento, la idea de que sus fábricas son como las que estamos acostumbrados a ver aquí en Madrid, establecidas en un tercer piso de una casa de vecinos, con tres o cuatro obreros”.

El problema es que junto a estos argumentos, plenos de racionalidad y que están en el fondo del sentimiento catalán de que Cataluña es “diferente”, los diputados de aquella tierra sacaron también a pasear su tradicional tono apocalíptico. El diputado Teodoro Baró, sin ir más lejos, anunció que a causa del acuerdo comercial España iba a hermanarse con “las naciones primitivas, cuyo único medio de vida consiste en el pastoreo”. El tratado fue aprobado por 237 votos contra 59. Y el 6 de julio de 1882, el rey firmaba la ley por la que se restablecía la base quinta. Este paso librecambista se combinó con otra nueva liberalización, en 1883, ya aprobada por el ministro de Hacienda de Alfonso XII, Justo Pelayo de la Cuesta Núñez (1823- 1889), dado que Camacho había tenido que dimitir. En 1884, sin embargo, los liberales abandonan el poder, que vuelve a manos de Cánovas. Éste, personalmente, tenía convicciones proteccionistas muy profundas. Sin embargo, el carácter fuertemente clasista de esta doctrina económica hacía que incluso dentro de su partido conservador hubiese librecambistas; a lo que se unió el hecho de que a finales del siglo XIX se estaba produciendo el momento de mayor hegemonía político-económica de Inglaterra en Europa, y que desde Londres se quería defender a capa y espada el acuerdo comercial vigente. Por ello, en febrero de 1884, ese mismo gobierno conservador de núcleo proteccionista, presentó en las Cortes el proyecto de acuerdo para ratificar el acuerdo comercial con Inglaterra. La consecuencia inmediata fue que los industriales catalanes inundaron Madrid de telegramas, en su habitual tono milenarista, prediciendo, como de costumbre, la llegada de las siete plagas de Egipto sobre Cataluña, si el tratado se aprobaba.

En parte por esta presión, en parte por otros motivos, el acuerdo con Inglaterra se empantanó, y empantanado seguía cuando Alfonso XII murió. Como es bien sabido, Cánovas juzgó, a la muerte del rey, que para afrontar la nueva etapa en condiciones de total estabilidad política lo mejor era resignar el poder y dar paso a un nuevo periodo sagastino. Sagasta volvió a confiar en Camacho para el ministerio de Hacienda, y éste, una vez llegado ahí, activó automáticamente su idea librecambista. Su primera decisión fue solicitar, en 1886, que todos los tratados comerciales vigentes, y que venían en 1887, quedasen prorrogados hasta 1892. No obstante, los proteccionistas hicieron valer su influencia y consiguieron bloquear en parte las intenciones de Camacho (quien, por cierto, poco después tuvo que dimitir de nuevo), pues pararon la aplicación de la segunda fase de la famosa base quinta, que estaba prevista para 1887. Los proteccionistas tuvieron mucha suerte con la escisión del partido conservador. Francisco Romero Robledo (1838 – 1906), afamado canovista, se separó de él para fundar el partido liberal reformista, el cual, a pesar de su nombre, hizo inmediata profesión de proteccionismo. Esto movió a Cánovas a afianzar aún más sus afanes proteccionistas. Como consecuencia de este movimiento, el 3 de diciembre de 1887 se presentó en el Congreso una proposición de ley para derogar la base quinta. La firmaban Antonio Cánovas del Castillo, Francisco Silvela, el conde de Toreno, Raimundo Fernández Villaverde, Francisco Cos Cayón, el vizconde de Campo Grande y Francisco Rodríguez Sampedro, entre otros.

Regresado Cánovas al poder, la iniciativa amagada en su proyecto de ley tomó cuerpo. La Ley de Presupuestos de 1890 establece, en su artículo 38, la habilitación genérica al gobierno para que modifique los aranceles de aduanas “en lo que convenga a los intereses nacionales”. Cabe decir que en esa medida se vio la disposición del relativo cinismo del proteccionismo catalán, el cual, tenía tendencia a ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. Durante todo el siglo, los proteccionistas habían reaccionado “ni comiendo ni dejando comer” cada vez que alguien había intentado, asumiendo en el gobierno competencias para mover los aranceles por su cuenta y riesgo. Habían dicho los proteccionistas, por activa y por pasiva, que los aranceles sólo los podían mover las Cortes. Sin embargo, contra este artículo 38, que sostenía precisamente lo que ellos siempre habían atacado, ni abrieron la boca. Ya plenamente enganchado en el proteccionismo, el gobierno, no sin mediar la oportuna formación de una comisión de estudio, decretó que lo que la economía española necesitaba era la derogación de toda la legislación arancelaria y la denuncia de los tratados comerciales, amén de defender el derecho preferencial de bandera, es decir que el único cabotaje o comercio libre que se pudiera realizar entre la península y sus colonias fuese bajo bandera española. Un decreto con fecha de la Nochebuena de 1890 derogaba la base quinta y elevaba automáticamente los aranceles a la carne, el arroz, el trigo y las harinas, amén de crear una comisión para la elaboración de un nuevo arancel y organizar la denuncia de todos los acuerdos comerciales existentes.

La gente se extraña y se olvida de que cuando ocho años después, España necesitó y no obtuvo de un solo país europeo el más mínimo apoyo en su enfrentamiento con Estados Unidos a cuenta de Cuba. La razón de ello fue que nadie quería pelearse con Estados Unidos. Como también es cierto que porcentajes no menores de la postura de algunas cancillerías se explican, más bien, por el contenido de la norma que acabamos de recordar. Ello a pesar de que, como no podía ser de otra forma, apenas dos años después de esta reforma, España se vio obligada a firmar nuevos acuerdos comerciales con diversas naciones (no sin que ello provocase las airadas protestas proteccionistas de costumbre). Allá por 1903, hasta los proteccionistas admitían que había que reformar el arancel de 1891, pues éste ya no respondía a la realidad de la industria española. Dicho de otra forma: había nuevos sectores, nuevas actividades, que se habían desarrollado y que era necesario proteger, según su punto de vista. La comisión que diseñó el nuevo arancel estaba formada por Pablo de Alzola como presidente, y Francisco Sert i Badia, Juan Sitges, José Prado y Constantino Rodríguez. El trabajo diseñado respondía con bastante fidelidad a las peticiones proteccionistas.

Sin embargo, su puesta en marcha no fue posible por el intenso periodo de inestabilidad institucional en que entró España en esos años. Sin embargo, en 1906 se hizo necesario actuar, pues estaban a punto de vencer los acuerdos comerciales y había que negociar otros. Fomento del Trabajo (organización creada en 1889 participada por el ya comentado Bosch Labrús) realizó una campaña intensa frente a los diputados. Como consecuencia de estas presiones, el 15 de diciembre de 1906 se leyó en las Cortes por Amós Salvador Rodrigáñez (1845 – 1922), ministro de Hacienda y Comercio de Alfonso XIII, el proyecto para la aprobación del arancel diseñado por la comisión. El real decreto definitivo es de 23 de marzo de 1906, y es una excepción en la historia jurídica de aquella época, pues sobrevivió nada menos que hasta 1922. En el primer cuarto del siglo XX, la política arancelaria fue decididamente proteccionista, generando con ello el mito. Mito que fue agria y repetidamente blandido en las Cortes de la República por aquellos diputados de derechas que se oponían al Estatuto de Cataluña. En efecto, la lectura de las actas de aquellas sesiones en las que un político tan poco pro catalanista como Azaña tuvo que desplegar todos sus recursos en defensa de la autonomía plagadas de intervenciones que machacan la idea de que el proteccionismo catalán fue un interés particular que doblegó al resto de España en su interés.

El librecambismo español, pensamiento liberal, carecía de elementos interesados, de agentes económicos beneficiados que lo pudieran proteger. Por el otro lado, es absolutamente cierto que el proteccionismo era un elemento de política económica generado y animado por un interés meramente particular, que existía en áreas del País Vasco, de Castilla y de Andalucía, pero que era fundamentalmente catalán y además “los catalanes apenas se preocuparon de hacerlo verdaderamente español”. 

Los proteccionistas catalanes pronosticaron hecatombes librecambistas que nunca llegaron y, por el camino, pusieron su granito de arena en la construcción de los tres grandes problemas sempiternos económicos de España: carestía, poca productividad e incapacidad de generar los capitales propios que se necesita para financiarse. Es falso adjudicar estos males al proteccionismo, pero no lo es tanto aseverar que este mal de la economía española moderna comenzó con él. Quien no compite, se duerme. Y, desde luego, si algo ha dejado la polémica proteccionista, si un efecto duradero ha generado, ha sido el conflicto Madrid- Barcelona.

Como región industrial puntera de España, Cataluña siempre obtuvo un trato favorable para la comercialización de sus productos en el mercado interior. Desde 1737, se dotó a las hilaturas catalanas de un régimen de monopolio en cuanto al aprovechamiento del mercado español. Este mercado abarcaba toda Hispanoamérica y Filipinas, aparte de las restantes islas del Pacífico ¡Menudo mercado! 

¡Y todo era un mercado exclusivamente para los industriales catalanes! Fue precisamente la pérdida de este mercado ultramarino, de cuyo monopolio textil disfrutaban los tejedores catalanes, lo que produjo la irritación en el empresariado catalán, por la anulación de un enorme porcentaje de su producción que ahora habrían de reducir forzosamente ¿Cómo? apoyando el envío de tropas para intentar retrasar como fuera el independentismo colonial, generalmente por la fuerza, por lo que los catalanes favorecieron el envío de soldados de reemplazo mediante el sistema de “cuotas” (que permitía librarse de servir en el ejército a los que pudieran pagar la “Redención a metálico y sustitución”).

Cada día que se posponía la independencia de uno de esos países era dinero que se ganaba, por lo que a los industriales y capitostes catalanes les suponía un beneficio que no estaban dispuestos a perder, aunque fuese a costa de la sangre de soldados que nada tenían que ver con el asunto. Allí comenzó a alborear el “nacionalismo independentista catalán”. El caso es que, como ha sucedido siempre, se acabó atendiendo a las peticiones catalanas, y se aplicó un Arancel, no menos del 36%, una auténtica salvajada para todas las hilaturas que tratasen de competir en el mercado español que con semejante recargo no podían competir con los productos catalanes por lo que los catalanes volvieron a adueñarse del mercado patrio. Dicho Arancel, implantado a sugerencia de Cambó en 1922, se mantuvo en vigor, ininterrumpidamente, hasta 1960 como ya se ha comentado. En dicha fecha fue abolido para, entre otros efectos benéficos, permitir el crecimiento industrial en el resto de España.

De modo que los polos industriales dejaron de estar reducidos a Vascongadas y Cataluña, y se desarrollaron industrias en lugares como Pontevedra, Asturias, Cádiz, Navarra, Tarragona, Madrid, Santander, etc. Pero debe quedar constancia de que consiguieron lo que pretendían, que no era sino la continuidad de la política comercial desde antes de Fernando VII hasta la reseñada fecha de 1960, con la exigua excepción de los años que discurren entre 1913-1922. Verdad es que a Cataluña, dada la prosperidad de los años siguientes, y el ventajoso cambio de la peseta, le permitían exportar al exterior un volumen no inferior al 46% de su producción. 

El resto lo tenían asegurado en el mercado interior. Con razón, los dorados años sesenta fueron los del “milagro español”, con un crecimiento exponencial del PIB entre un 6 o 7%, cuando Europa crecía a razón de un 4 a un 6%. Gracias al Plan de Estabilización de 1959, se abandonó la práctica emancipada, lo que benefició nuestro desarrollo económico de manera singular. Y fueron las regiones industrializadas como Cataluña y Vascongadas, las más beneficiadas y consideradas los “motores” de nuestro desarrollo. Motores, cierto, pero con la inversión y apoyo del resto de España y de sus Gobiernos de cualquier época, desde Carlos III.

Para que luego digan que España les roba…

http://www.alertadigital.com/2015/08/21/el-arancel-catal

Mapas y documentos hacia Agartha del Tercer Reich demostrarían la existencia de la Tierra Hueca

Una de las preguntas más interesantes que muchas personas se han preguntado durante siglos es si existe la posibilidad de que nuestro planeta es hueco. 

Durante muchos años se creía que la Tierra era hueca, pero a pesar de que muchos han llegado con teorías, hasta el año de 1968 no había ninguna prueba. Ese año, las imágenes tomadas por un satélite en órbita alrededor de la Tierra mostraba claramente un enorme agujero situado en el Polo Norte; suficiente evidencia para apoyar la teoría de la Tierra Hueca según muchos.

Hemos leído sobre historias legendarias sobre los Nazis quienes exploraron las regiones del sur de nuestro planeta e incluso crearon bases secretas en Neuschwabenland. Algunos también hablan de la operación Highjump y los viajes del Almirante Byrd, donde se observaron aeronaves muy avanzadas volando por los alrededores y explorando nuevos territorios. No hace mucho tiempo, se descubrió mapas y documentos del Tercer Reich en el que se muestran varios pasajes secretos que fueron utilizados por los submarinos alemanes para acceder a las misteriosos regiones subterráneas, así como un mapa completo de ambos hemisferios y el misterioso del reino de Agartha.

También existe una carta, supuestamente escrita por Karl Unger, quien estaba a bordo del submarino 209 alemán, comandado por Heinrich Brodda, en el que señala que la tripulación había llegado al interior de la Tierra y que ellos consideraron en su momento no regresar.

Las instrucciones oficiales nazis para llegar a Agartha

Pero, sabemos que durante la Segunda Guerra Mundial, el submarino alemán mejor equipado sólo podía sumergirse hasta 260 metros, con un rango de 620 kilómetros en condiciones óptimas. 

La distancia más corta desde el océano abierto al Polo Sur geográfico es aproximadamente el doble del rango bajo un kilómetro de hielo; por lo que las posibilidades de que un submarino alemán podría hacer ese viaje son muy bajas, por supuesto existe esa posibilidad, donde los alemanes podían haber tenido submarinos mejor equipados que nosotros no conocemos.

La supuesta carta de Karl Unger sobre la Tierra Hueca. *Citación necesaria.

Además, la profundidad del océano Ártico en el Polo Norte es aproximadamente cuatro veces de lo que el mejor submarino alemán fue capaz de soportar.

Las historias aquí están respaldadas por los mapas realizados por el famoso cartógrafo y artista Heinrich C. Berann para la National Geographic Society en 1966. En ese mapa, el continente antártico se pueden observar sin su gruesa capa de hielo. Pero el detalle más intrigante es la presencia de pasajes submarinos que atraviesan todo el continente y parecen converger en el lugar exacto que se identifica como la apertura hacia el interior de la tierra o de la Tierra Interna.



Mapa hecho por Heinrich C. Berann para la National Geographic Society en 1966. Al parecer, muestra la entrada al interior de la Tierra.

Hitler estaba obsesionado con el misticismo y lo inexplicable, estaba muy interesado en los OVNIS y la historia antigua, y muchos de sus seguidores lo sabían y lo apoyaron. 

El Führer era conocido por "eliminar" a la gente de quien se sentía amenazado o no compartían sus creencias.

Mapa de 1944 del Tercer Reich que detalla no sólo el pasaje directo utilizado por los submarinos alemanes para acceder a este dominio subterráneo, sino también un mapa completo de ambos hemisferios del reino interior de Agharta.


La posibilidad de que la tierra es hueca, y que se puede acceder a través de los polos Norte y Sur, y que civilizaciones secretas florezcan dentro de él, ha estimulado la imaginación de la gente a través de los siglos. Sólo podría llegar a ser verdad, después de todo, que de alguna manera y en algún lugar hay un acceso que conduce a un mundo completamente diferente, uno que se ha mantenido en secreto durante años.

La evidencia de una "Tierra Hueca" se encuentra en la historia de innumerables civilizaciones antiguas.

El héroe babilonio Gilgamesh visitó a su antepasado Utnapishtim en las entrañas de la Tierra; en la mitología griega, Orfeo trato de rescatar a Eurídice del infierno subterráneo; se decía que los faraones de Egipto se comunicaban con el mundo subterráneo, que se podría acceder a través de túneles secretos ocultos en las pirámides; y los budistas creían (y todavía creen) que millones de personas viven en Agharta, un paraíso subterráneo gobernado por el rey del mundo. Así que justo cuando uno pensaría que estas teorías podrían ser nada más que excesivas imaginaciones, uno en realidad llega a cruzarse con evidencias dentro la historia antigua que apuntan hacia la posibilidad de un mundo interior dentro de la Tierra.

¿Es posible que exista otro mundo debajo de la superficie de nuestro planeta? ¿Será posible que en realidad exista vida inteligente allí?

http://conspiraciones1040.blogspot.com/2015/08/mapas-del-tercer-reich-demostrarian-la-existencia-de-la-tierra-hueca.html?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed:+blogspot/Qoqct+(C1040+-+Feed)

El Estado Islámico presentó su propia moneda de oro para "destruir a EE.UU."


El Estado Islámico publicó un video en el que presenta sus nuevas monedas de oro, plata y cobre, las que usará en su territorio. Asimismo, amenazó con usar la moneda para destruir a EE.UU. y todo "el sistema financiero capitalista de esclavitud".

El Estado Islámico (EI) presentó su propia moneda, el dinar de oro, que lanzará para "para poner fin al sistema del petrodólar" y "destruir a EE.UU.", denuncia el nuevo video publicado por el grupo el 29 de agosto y citado por la agencia Bloomberg. La moneda sustituirá al dólar estadounidense, que el grupo terrorista usó hasta ahora para pagar a sus integrantes.

La nueva moneda derribará "el sistema financiero capitalista de esclavitud, sustentado por un pedazo de papel llamado billete de dólar de la Reserva Federal". El grupo terrorista no explicó cómo repartirá el nuevo dinar en el territorio que controla, y cómo este podrá reemplazar a otras divisas que circulan allí. No obstante, el petróleo sólo podrá ser comprado con esta nueva divisa, advirtió el EI.

Según el video, las monedas de oro de 1 dinar serán de 21 quilates, pesarán 4,25 gramos y costarán 139 dólares estadounidenses cada una. Las monedas de 5 dinares pesaran dos veces más. Además acuñará monedas de menor valor: 3 tipos de dírhams de plata de diferentes valores, y dos diferentes monedas de cobre.

Publicado: 30 ago 2015 21:37 GMT
http://actualidad.rt.com/actualidad/184616-estado-eslamico-presentar-moneda-oro

Impactantes fotos: Tres huracanes de categoría 4 se forman simultáneamente en el Pacífico


La NASA ha captado una imagen de un extraño fenómeno meteorológico: por primera vez desde que existen registros tres huracanes de categoría 4, bautizados como Kilo, Ignacio y Jimena, se han formado de manera simultánea en el océano Pacífico.

El satélite multinacional Terra de la NASA ha captado este sábado a las 22:25 GMT una insólita imagen de los huracanes Kilo, Ignacio y Jimena, de este a oeste y todos ellos de categoría 4, alineados en el océano Pacífico, informa el sitio oficial de la agencia.

Según registros del pasado domingo, el huracán Kilo, que está produciendo vientos sostenidos de 217 kilómetros por hora y su presión mínima central es de 946 milibares, se sitúa a unos 1.600 kilómetros al sureste de Honolulú (Hawái).

Por su parte, el Ignacio, cuyos vientos superan los 225 kilómetros por hora y su presión mínima central es de 948 milibares, está localizado a unos 700 kilómetros al sur de la ciudad hawaiana de Hilo.

Por último, el Jimena, que produce vientos que alcanzan los 210 kilómetros por hora y cuya presión mínima central es de 949 milibares, se encuentra a unos 2.700 kilómetros al este de la misma ciudad.

Las previsiones meteorológicas apuntan a que el Ignacio se acercará al norte y este de Hawái a principios de esta semana, dejando intensas lluvias y fuertes oleajes tras de sí. Actualmente ninguno de los tres huracanes representa una amenaza para las zonas costeras pobladas.

Publicado: 31 ago 2015 14:04 GMT | Última actualización: 31 ago 2015 14:05 GMT
http://actualidad.rt.com/actualidad/184670-tres-huracanes-pacifico-fotos

El Arancel catalán (I)

En el siglo XIX los aranceles proteccionistas establecidos por el Gobierno de España permitieron el despegue de la industria catalana

Por José Alberto Cepas Palanca.- 

ANTECEDENTES. 

La industria textil fue la primera en alcanzar un rápido crecimiento en los procesos de la revolución industrial europea. La sustitución de materias primas tradicionales, seda y lana, por el algodón, abarata los costes de producción, lo que permite el gran consumo de las masas y, de esta forma, aprovechar las economías de escala. Desde 1745-1750 se desarrolla en Cataluña una industria textil que tiene su origen en la acumulación de capitales en la agricultura. El comercio colonial de la Monarquía Hispánica, especialmente Cataluña y que abarcaba toda Hispanoamérica, islas Filipinas, Marianas, Carolinas, Guam, Palao y otras de menor entidad, permitió entrar en una etapa de crecimiento basado en las ventas a Ultramar de vinos, aguardientes y textiles. Antes de 1820 el azúcar cubano se convirtió en el flete de retorno de los barcos catalanes (la piratería hacía desaconsejable repatriar oro y monedas) y de aquí se pasó al comercio de esclavos que sobrevivió hasta 1860, mucho después de que se declarase ilegal el tráfico negrero.

Barcelona se convertiría además en centro de reexpedición de mercancías, tanto hacia el interior de la península como hacia el Mediterráneo, aprovechando la complementaridad de los mercados de importación de cereales y de exportación de coloniales. Sin embargo, con la prohibición de importar granos se destruye este modelo comercial y después de 1820 el comercio se reorienta, parcialmente, al tráfico triguero con el interior, compitiendo con el puerto de Santander, pero, sobre todo, al algodón que se convertirá en el primer producto comerciado entre 1830 y los primeros años de la década de los cuarenta. Las recesiones vinieron marcadas por las dificultades de comerciar durante las guerras con Inglaterra y por la destrucción de fábricas que significaron, primero, la invasión napoleónica (1808-1814) y, después, la Primera Guerra Carlista (1833-1839) y la epidemia de cólera de 1833-34. Las fases de crecimiento estuvieron marcadas por la puesta en cultivo de las tierras desamortizadas (manos muertas), especialmente durante la década moderada (1844-1854).

Posteriormente este crecimiento se desacelera durante otra epidemia de cólera de 1854-56 y el período de hambruna de 1856-57. Los años de la Revolución Industrial de Cataluña son los comprendidos entre 1841-57. Hacia 1869 la industria textil ya había superado la crisis, disfrutando un período de crecimiento hasta que la Primera Guerra Mundial que generalizada de sobreproducción obligó a la reserva del mercado cubano, como medio de defensa a la competencia extranjera. En 1874 se van a rectificar algunos “excesos democráticos” de la Revolución Gloriosa con la Restauración borbónica de Cánovas del Castillo, ante el peligro que suponen los movimientos populares enardecidos por la crisis económica, en especial los obreros de Cataluña. Pero la independencia de Cuba en 1898 obliga al textil catalán a entrar en la vía nacionalista del capitalismo español que marca la vuelta al mercado interior protegido por el Arancel de 1892 (Cánovas), cuyos derechos se incrementan en un 20%.

El textil, a pesar de su temprano desarrollo en Cataluña, no consigue dar un impulso decisivo para lograr un desarrollo industrial sostenido. La crisis agrícola y pecuaria de fin de siglo va a significar una desaceleración de la producción algodonera catalana y la situación se agravará cuando el tratado comercial con Francia en 1882 permita las importaciones de textiles como contrapartida de las exportaciones de vino durante la filoxera. A finales de siglo, todos los indicios apuntan hacia un textil algodonero que ha perdido la frontera del cambio técnico, continuamente desplazada por los países exportadores, y especialmente por Inglaterra, y esto a pesar de que la mayoría de los telares se importaron de ese país. Después de la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas la situación de falta de competitividad internacional no pudo superarse por la diferencia de costes, las dificultades para dar créditos a los clientes y “las propias disensiones de los industriales del ramo”. La mala situación duró hasta el paréntesis de recuperación que supuso la Primera Guerra Mundial. La falta de competitividad de la industria española se puso de manifiesto en la incapacidad de generar una oferta de bienes de equipo ni siquiera para cubrir la demanda nacional.

La agricultura comercial había experimentado un desarrollo durante el siglo XVIII. Durante el siglo XIX, la nueva situación le prestó nuevos ímpetus, pues las propiedades recién compradas carecían del apego sentimental de los mayorazgos familiares. Los compradores no eran los señores feudales de los señoríos, sino inversores que procuraban beneficios. Querían productos que pudieran vender en el mercado nacional o en el extranjero; trigo, aceite de oliva, jamón y lana. Un nuevo arancel en 1825, que evitó eficazmente la entrada de cereales del extranjero, les ayudó, porque forzaba a las regiones costeras a comprar el trigo castellano. En 1836, los liberales abolieron la Mesta, cuyos privilegios habían sido atacados durante el siglo XVIII. La cría de ovejas continuó siendo una actividad importante, animada por la expansión de la industria de la lana de Cataluña. En las sierras centrales existían importantes rebaños, mientras que en el oeste las ovejas continuaban su trashumancia entre norte y sur. El largo bache económico sufrido llegó a su fin después de 1840 favorecido por la paz interna de Narváez (1800-1868). Los fabricantes catalanes introdujeron el vapor como fuente de energía y la nueva maquinaria de hilado y tejido. Se crearon modernas fábricas textiles en Barcelona y en otras ciudades más pequeñas de Cataluña, que concentraron a un número creciente de trabajadores en un menor número de factorías.

En 1847 había 97.000 trabajadores en la industria del algodón, en 1860, unos 125.000. Cataluña hizo de España la cuarta nación del mundo en la manufactura del algodón, después de Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Habiendo perdido su mercado en América, la industria local de la seda no adoptó la nueva maquinaria y fue incapaz de superar la competencia de Francia. La oligarquía agrícola del centro y sur tenía unos intereses diferentes a los de la élite industrial del norte y este. Surgió entonces, en 1851, un problema con el arancel. Los productores agrícolas se beneficiarían del libre comercio que les ayudaría a exportar sus productos a Inglaterra y otros países industrializados, mientras, por el contrario, las nacientes industrias vascas y catalanas necesitaban protección. En 1845 (reinado de Isabel II), el ministerio moderado propuso abandonar el rígido sistema proteccionista heredado del Antiguo Régimen. Los fabricantes catalanes pusieron el grito en el cielo consiguiendo una concesión en 1849.

Fábrica catalana (1929). Durante los siglos XIX y XX los industriales catalanes consiguieron que el Estado impusiera fuertes aranceles a las importaciones.

Desde entonces, aun cuando no se prohibió ningún artículo concreto, los fabricantes nacionales estuvieron protegidos con altos aranceles. El compromiso mantuvo a los industriales catalanes contentos con el nuevo orden, pero comenzaron a desconfiar de los agricultores castellanos. 

En 1866 (gobierno de Narváez), España vio empeorada su situación económica, porque era parte de una depresión económica general de Europa, provocada por la escasez de algodón bruto en los Estados Unidos durante su Guerra Civil. Las fábricas de algodón catalanas se encontraban paradas, y se interrumpió la entrada de capital extranjero. Los trabajadores comenzaron a impacientarse, y los demócratas obtuvieron apoyo en Barcelona y entre los agricultores pobres de Andalucía, perjudicados por las pérdidas de las tierras comunes. Durante la época del general Juan Prim (1814-1870), los progresistas fortalecieron inadvertidamente las tendencias descentralizadoras de Cataluña. Basados en la doctrina del liberalismo económico y llevado por un deseo de reavivar la economía nacional a través de la exportación de productos alimenticios y minerales, se redujeron los aranceles. No hacían sino seguir al resto de Europa que se inclinaba desde 1846 hacia el libre comercio y, especialmente, desde 1860.

El “arancel Figuerola”, (creador de la peseta), abolió las prohibiciones de importación y estableció unos derechos de aduana que se rebajarían hasta un máximo de un 15%, con reducciones graduales desde su nivel actual (Base 5ª), que comenzarían en 1876. Los fabricantes catalanes protestaron diciendo que sus industrias iban a la ruina. Desde la pérdida de las colonias americanas en el continente, se habían enriquecido dentro de un cerrado mercado nacional que incluía a Cuba, Puerto Rico y las islas Filipinas. Habían procurado influir sobre el gobierno central para asegurarse su protección y habían luchado con éxito contra el peligro; la imposición de aranceles más bajos en la década de 1840. Tras el arancel Figuerola, un número creciente de ellos comenzó a considerar las ventajas de la autonomía local. La proclamación de la República en febrero de 1873 fortaleció la oposición contra el poder central en Cataluña y otras regiones. El primer jefe de gobierno republicano, Estanislao Figueras y Moragas (1819-1882), federalista catalán, evitó con grandes dificultades que los gobernantes locales declararan a Cataluña Estado independiente dentro de una confederación republicana. Instó a los líderes locales a que esperaran la convocatoria de una Cortes constituyentes. No pudo ser. Se reemplazó a Figueras por Francisco Pi y Margall (1824-1901).

Anécdota: En una reunión del Consejo de Ministros celebrada el 9 de junio de 1873 y después de numerosas discusiones sin llegar a ningún acuerdo para superar la crisis institucional que atravesaba el país y que le había llevado a sufrir varias crisis de gobierno y numerosos intentos de golpe de estado en menos de cinco meses, al parecer, Figueras había agotado su paciencia y, en un momento de la sesión, el presidente exclamó “Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros” (sic). Acto seguido, abandonó la sala, cogió un tren y se dirigió a Francia.

La mayor industria catalana era el tejido. Los fabricantes catalanes, atemorizados por la perspectiva del arancel de libre comercio de 1869, que entraría en vigor en 1876, se encontraban entre los partidarios de la restauración borbónica. A cambio, el nuevo gobierno pospuso la introducción del arancel, pero sin rescindirlo. Cuando Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903) intentó aplicar el arancel en los años ochenta, Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) salió en ayuda de los fabricantes, que eran, después de todo, miembros importantes del sistema. En 1891, hizo adoptar un arancel proteccionista y desde entonces la manufactura textil catalana avanzó rápidamente. Pero la independencia de Cuba supuso un duro golpe para la industria del algodón, que perdió no solo un mercado mayor que el que tenía en España, sino a su proveedor principal de materia prima. A partir de 1900 el algodón bruto extranjero fue con mucho la mayor importación del país. A causa de la escasez de carbón y de la geografía montañosa de España, las ¾ partes de la capacidad productiva de electricidad en 1930 era hidroeléctrica, que libró a Cataluña y a otras zonas manufactureras de la dependencia del escaso carbón asturiano e hizo posible la mecanización de pequeñas artesanías y el desarrollo de la industria hacia nuevas zonas. Durante la Primera Guerra Mundial (1914-18) la industria textil catalana se encontró saturada de pedidos extranjeros. Hasta 1875, el nacionalismo catalán fue políticamente radical, pero la amenaza que impuso el arancel de Figuerola de 1869 hizo a los industriales catalanes ser muy “sensibles” ante el posible auge de la autonomía regional.

Después de 1880 comenzaron a subvencionar periódicos y partidos políticos catalanistas, proveyendo así, a los intelectuales regionalistas de una base burguesa y del necesario apoyo financiero. Estos procesos hicieron que los castellanos sintiesen recelo de los objetivos catalanes. Los enemigos de la Primera República (1873-1874) la consideraron una creación catalana, ya que los catalanes se encontraban entre sus dirigentes más señalados. Y los castellanos comenzaron a considerar los altos aranceles como subterfugio de la explotación catalana de los bolsillos de los otros españoles. La cuestión arancelaria enfrentó los intereses agrarios con los manufactureros, dividiendo a la coalición sobre la que se asentaba el orden establecido. A pesar de los esfuerzos de Cánovas para pacificar los problemas catalanes, continuó existiendo allí la base de un serio conflicto político. La Guerra de Cuba y Filipinas sirvió para fortalecer el movimiento. El mayor mercado para los tejidos catalanes era Cuba ya que los capitalistas catalanes habían invertido mucho dinero en las plantaciones de azúcar cubanas

 La pérdida de las colonias provocó en Cataluña una grave crisis financiera e industrial, que vino acompañada de agitación laboral. Sus banqueros y fabricantes olvidaron los recientes favores de Cánovas y reprocharon la ineptitud y falta de visión política del gobierno de Madrid que, en su opinión, era incapaz de defender sus mercados mundiales y sus intereses como patronos frente a las clases trabajadoras. Durante la época de José Calvo Sotelo (1893-1936) como ministro de Hacienda de Primo de Rivera, se multiplicaron las barreras arancelarias y las restricciones en los cambios de divisas, se elevó los aranceles de los productos agrícolas e industriales y, a partir de 1926, se prohibió virtualmente la importación de materias alimenticias que compitieran con la producción nacional.

Desde el tiempo de los romanos el mundo mediterráneo ha sido una civilización ciudadana. Los centros urbanos han promovido la evolución de la cultura occidental, mientras que el campo ha estado atado a las tradiciones y costumbres locales. La población rural ha vivido en casi toda España en pueblos, que generalmente van aumentando de tamaño según se acercan al sur. A lo largo de la historia los pueblos han estado dominados por los intereses locales y sus horizontes no han ido más allá de sus límites territoriales. 

En el siglo XVIII, como en los pasados, el gobierno real no hizo sino recaudar impuestos y obligar a cumplir el servicio militar, sirviéndose de autoridades municipales. Sólo en contadas ocasiones aparecía un delegado real con su impotente autoridad con el fin de realizar un catastro para el marqués de la Ensenada, o un censo para el conde Floridablanca. De vez en cuando el obispo visitaba los pueblos para vigilar el cumplimiento de los deberes religiosos y el pago de los diezmos. Pero tales acontecimientos no perturbaban el curso normal de la vida. Los habitantes de la ciudad tenían otro tipo de vida. A través de la prensa, la Iglesia, el Estado, los viajes, los sectores más altos de la ciudad urbana estaban en contacto con un mundo que superaba las fronteras nacionales.

La decadencia relativa de la población de la meseta central con relación a las zonas costeras, ya evidente bajo los Austrias, había empezado realmente en el siglo XVII y continuó en el XVIII. Mientras Castilla y Andalucía eran testigos de la expansión de la agricultura a gran escala, la periferia del norte y del este experimentó el desarrollo de la industria. Afectaba al País Vasco, Cataluña y Valencia. Durante siglos, estas regiones habían tenido industrias locales basadas en sus fuentes de riquezas naturales, la manufactura del hierro y cobre en territorio vasco, los tejidos de lanas en Cataluña, y de seda y lino en Valencia. Los mercados de Europa y Latinoamérica eran fácilmente accesibles por mar. La política de los Austrias había prohibido el comercio directo entre las colonias y el norte y el este de España, pero los Borbones cambiaron esta política.

Mientras tanto, la exportación de productos locales como mineral de hierro, nueces, frutas y vino a Europa conseguía capital para invertir en la industria; y la carne y el pescado y los cereales podían importarse fácilmente para abastecer a las poblaciones urbanas en crecimiento. Hasta el siglo XVIII, Sevilla y Cádiz eran los puertos que constituían la salida de Castilla en su monopolio del comercio con América. Pero los fabricantes castellanos no aprovechaban este privilegio. En esos puertos agentes extranjeros cargaban las exportaciones de sus propios países en las flotas de Indias y los exportadores de Europa septentrional introducían sus artículos directamente en los puertos hispanoamericanos, como contrabando. Aunque los industriales del norte y este de España se fueron introduciendo con dificultades en el mercado colonial vía Cádiz, la posición privilegiada de Castilla impedía su expansión. Felipe V rompió el monopolio estableciendo una compañía comercial en San Sebastián, en 1728, con el derecho exclusivo del comercio con Venezuela.

Carlos III

En 1755, una compañía de Barcelona recibió el privilegio real del comercio con las islas menores de las Antillas. Por último, Carlos III (1716-1788), influido por su ministro de Hacienda, Pedro Rodríguez de Campomanes y Pérez (1723-1802), puso fin a los privilegios comerciales conferidos a ciertos puertos. Entre 1765 y 1778 se autorizó el comercio entre todos los puertos principales españoles y las colonias (excepto México, que siguió perteneciendo al monopolio de Cádiz durante otra década más). Al mismo tiempo hizo más estrictas las regulaciones contra los contrabandistas. Estas medidas favorecieron a los industriales del norte y del este, cuyo comercio con las colonias ascendió notablemente en la década de 1780.

Carlos III fomentó también la industria aboliendo las leyes restrictivas. Hasta ese momento la producción industrial se había regulado a través de gremios, que tenían el monopolio local de sus productos y se resistían a toda innovación. Campomanes esperaba fomentar la producción entre un gran número de artesanos y mujeres independientes permitiendo el ejercicio libre de las artes y oficios. Una serie de edictos reales rompió el monopolio de los gremios. Su efecto no fue tanto estimular a los pequeños productores como posibilitar el crecimiento de fábricas cuyos empleados no pertenecían a los gremios. Los comerciantes emplearon también el sistema doméstico, consistente en la financiación de pequeños artesanos, a quienes suministraban los materiales y compraban sus productos. El sistema doméstico se difundió dentro del sector textil y metalúrgico. Las regiones costeras del norte y del este con tradición manufacturera se beneficiaron más con la nueva legislación del “dejar hacer”.

En Cataluña, una de las regiones algodoneras de mayor ritmo de crecimiento de Europa, se desarrolló junto a la industria lanera tradicional. Las “indianas” catalanas, tejidos de algodón estampados, constituyeron una notable parte de la exportación a las colonias y al interior de la península. En la década de 1780, el País Vasco con sus forjas y astilleros, y Cataluña y Valencia con sus telares, formaban parte de las regiones más prósperas de Europa. Los Borbones no favorecieron a las áreas periféricas porque ya no temían una rebelión de las tierras no castellanas y deseaban fortalecer a España para desafiar a la rivalidad colonial de Inglaterra y las otras potencias europeas. Se esforzaron también en reavivar la industria castellana y, establecieron fábricas reales en la Europa Central. La geografía se opuso a sus propósitos porque el coste del transporte a través de las montañas impedía las exportaciones. Los reyes construyeron una serie de carreteras radiales desde Madrid hacia el norte, este, sur y oeste de España; hacia Francia, los puertos principales y hasta Lisboa. A pesar de estos esfuerzos, el centro carecía de una industria importante y sin otra ciudad grande que Madrid, que floreció como sede del gobierno real.

Antes de seguir hay que aclarar que el librecambio promulga un comercio a gran escala, en donde la economía es lo más importante. Los países supuestamente están en libertad de intercambiar y a su vez de lucrarse con lo que vendan y les paguen, pero, el problema está en que difícilmente pueden regular el mercado mediante leyes y se termina generando una explotación y una pobreza mayor en el sector obrero. El librecambismo tiende a bajar los precios (hace competir a los productos interiores con los exteriores), aunque también sufrirán más las fábricas (y los puestos de trabajo) interiores.

El proteccionismo, en cambio, proclama reducir las medidas realizadas por el librecambismo, mediante leyes que protejan el Estado y un fortalecimiento de sectores básicos como el de la salud, educación y el del empleo; por tanto el proteccionismo busca que sea el Estado el garante de estos recursos. El proteccionismo es más suave que el librecambio, siendo las dos teorías, doctrinas liberales. El proteccionismo protege a los productos nacionales (al poner aranceles a los exteriores, estos son más caros), protegiendo así el empleo del país. Sin embargo, al eliminar la competencia real con el extranjero, las empresas nacionales no tendrán aliciente para innovar o bajar sus costes (y por ello sus precios). Esto genera productos peores y, a la larga, inflación (subida de precios).

Ningún país es totalmente proteccionista o librecambista. España, por ejemplo, es librecambista con toda la Unión Europea y proteccionista con otros países.

http://www.alertadigital.com/2015/08/21/el-arancel-catalan/

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